Homilías 2012

Homilía del 25 de noviembre de 2012 en la Santa Iglesia Catedra

Solemnidad de NSJC Rey del Universo – Apertura del Año de la Fe v. Sea alabado Jesucristo r. sea por…

Solemnidad de NSJC Rey del Universo – Apertura del Año de la Fe

v. Sea alabado Jesucristo r. sea por siempre bendito y alabado

Él el rey de reyes y señor de señores, nuestro Rey, creador de todo, nuestro Rey en la humildad y la pobreza del pesebre, nuestro Rey en la Cruz llevando la fealdad y muerte del pecado, nuestro Rey victorioso en su resurrección, glorioso y actuante a la derecha del Padre, Juez de vivo y muertos, dador de la vida sin fin.

Sea el bendito y alabado, amado y servido con todo el corazón y toda el alma.

A él queremos mirar, al que atravesamos, en él queremos pensar en esta celebración, a él queremos amar y servir, a él queremos confesar con los labios, proclamar con la palabra y con la vida ante todos los pueblos de la tierra y, en concreto, a aquellos a los que él nos envía a predicar.

En las SS Escrituras el rey es, por un lado, quien tiene la soberanía, la majestad que no depende de otros, el que es libre para actuar.

Por el otro lado, es rey el que ejerce esa soberanía y poder en favor de su pueblo: lo cuida, le asegura el sustento, lo salva de los enemigos, hace justicia – especialmente al pobre y débil- , mantiene la concordia y la unidad de su pueblo.

Por estas características el título e imagen de rey está unida a la del pastor, que cuida y alimenta a su rebaño, lo guía y protege, evita que se disperse y pierda.

En su sentido pleno ‘rey’ es un título divino: los pueblos antiguos todos trataban al rey como un dios: de él y de su relación con los dioses dependía la suerte y salvación del pueblo.

En Israel, el rey en sentido estricto es solamente el Señor, Yavé, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El que lo eligió y lo salva. El único Rey y Señor, el único en quien confiar, él único a quien seguir y servir. De él hemos proclamado: EL SEÑOR REINA SOBRE TODA LA TIERRA, revestido de majestad y poder. Por eso sus testimonios son dignos de fe (s.92). Y somos invitados en otro salmo: “con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor” (s.97).

A él le suplica el pueblo: “Pastor de Israel, escucha, tu guías a Jacob como un rebaño, despierta tu poder y ven a salvarnos. Restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (s.79).

Esta realeza de Dios la hemos cantado hoy, como lo hacemos en otros domingos y fiestas: “Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso”: a él le decimos te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te damos gracias por tu inmensa gloria”. Esa gloria que es el efecto del reinado de Dios. Luego en la plegaria eucarística cantaremos que el cielo y la tierra están llenos de esa gloria del reinar del Rey celestial.

2. Dios ejerce su reinado salvador, eficaz, por medio de su ungido, del rey mesías, jefe y cabeza del pueblo mesiánico, del pueblo de su propiedad.

La profecía de Daniel nos anunciaba y hoy nos hacer reconocer a ese hombre, el Hijo del Hombre, que tiene origen divino – viene sobre las nubes del cielo y se acerca se une al Anciano – a quien se le da el poder real y dominio sobre todas las naciones, y sobre toda la historia de los pueblos.

Jesucristo es el Rey Salvador, el Hijo Unigénito que el Padre, Rey Celestial, ha enviado en nuestra carne humilde para ejerza su realeza por su humanidad. Él es el rey de reyes, el soberano sobre toda la tierra. Es el juez de todos y cada uno. Viene sobre las nubes del cielo y todos lo verán, aún aquellos que lo atravesaron, mirando su costado abierto y siendo llamados a la conversión, golpeándose el pecho todas las razas de la tierra.

Detengámonos en el Evangelio según s. Juan. Antes del pasaje proclamado, en el c. 10, se nos presentó Jesús como el pastor, que cuida las ovejas, las alimenta, da la vida por ellas. La da con total soberanía: por mandato del Padre, con poder para entregarla y para recobrarla. Por eso, S. Juan nos va a mostrar a Jesús rey en su pasión, y principalmente en su elevación en la cruz. Allí reina plenamente.

* Hemos oído el diálogo de Jesús con Pilato en torno al reinado de Jesús. Pilato está preocupado por una situación política, en medio de un conflicto de interés, e interroga a un posible conspirador contra el imperio.

Jesús verdadero hombre y rey, proclama con absoluta libertad: Yo soy rey. Pero enseguida distingue su realeza de la competencia entre los poderes humanos: no es una realeza, un reinado que provenga de la fuerza, de sus servidores. Su realeza, proviene de su origen divino, del Padre. Su reinado se ejerce en el mundo y en la historia y en el juicio definitivo; pero no apoyada en las fuerzas de la creación, ni contra ella.

Su reinado es la verdad, el testimonio de la verdad.

Dios es la verdad y obra la verdad. Especialmente la verdad de sí mismo, de su libertad de amar, crear y salvar. Jesús nos revela al Padre y con ello se revela a sí mismo y el obrar amoroso del Padre.

Es rey con el testimonio de la verdad que se manifiesta plenamente en Cristo crucificado y reina salvando a quien se cobija bajo la cruz.

Es pues una verdad que ha de expresarse con palabras y frases humanas, como lo oímos, pero en las que Dios testifica de sí mismo, son Palabra de Dios.
Es la verdad que se realiza en hechos, principalmente en la entrega de Cristo en la cruz, en su corazón abierto, en la fuerza de su resurrección, en el poder del agua y la sangre.
Es una verdad personal, íntima, libre de Dios: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito.

Entonces, el reinado de Cristo por su testimonio es el que cantaremos en la plegaria eucarística: el reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, el amor y la paz.

Este reinar de Cristo, testigo fiel, se recibe por la fe, por la escucha de su testimonio y la obediencia a la verdad, lo que él mismo dice: el que es de la verdad, escucha mi voz”.

* El Papa abrió el Año de la Fe el 11 de octubre, y ahora nosotros estamos celebrando su apertura diocesana. Este Año es para vivir intensamente lo que estamos meditando a la luz de la Palabra de Dios.

Estamos invitamos a ser de la verdad, escuchando la voz de Jesucristo. Queremos sus ovejas que conocen la voz del Pastor, se saben queridas y cuidadas, y por eso lo siguen en una obediencia confiada y humilde.

* en el Año de la fe estamos invitados a conocer mejor la verdad de la que Cristo nos ha testificado. A partir del Credo, en la escucha de la Palabra de Dios, siguiendo a la Iglesia queremos ahondar en el conocimiento de las verdades de nuestra fe. Un auxilio precioso para esto es el Catecismo de la Iglesia Católica. Con este fin, en la Diócesis organizamos el curso sobre la fe, que cada uno puede seguir formando un grupo en su comunidad.

* Escuchar el testimonio de la verdad de Cristo es dejarnos salvar por él, por medio de los sacramentos y por una conversión de nuestra vida. Porque la verdad de Jesús es para ser vivida, entregando la vida por Él y por el evangelio.

* escuchar la verdad de que reina desde la cruz es entregarnos a él. Reconocemos la obra de su amor: “El que nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados por medio de su sangre”.

* escuchar su voz es también recibirlo en la Sagrada Liturgia, que queremos comprender y vivir siempre mejor según la Iglesia la vive y enseña. La Liturgia no es expresión de nosotros mismos, sino expresión de Cristo con su cuerpo que es la Iglesia. La Liturgia es el testimonio de la verdad y realización de su salvación. Por eso, en este Año de la Fe estamos invitados a conocerla y convertirnos a ella, mirando al que hemos traspasado.

* los que somos de la verdad y escuchamos la voz de Jesús, nuestro rey, también somos enviados a testificar la verdad de Cristo. Por eso somos llamados a la tarea de la nueva evangelización. En medio de tantos que ignoran la verdad o se han apartado de ella, somos enviados para acercar el testimonio de Jesús, para que creyendo en él tengan vida eterna.

En este Año de la Fe, los invito a una particular atención al Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera, de quien celebraremos el bicentenario del nacimiento el 3 de julio el año próximo. Oremos para que el Señor quiera hacer el milagro que testifique su beneplácito.

En esta celebración tres lectores, recibirán el ministerio del acolitado. Se entregarán más estrechamente al servicio del altar del sacrificio de Cristo. Oremos por ellos, para que por el ejercicio de este ministerio se dispongan mejor para ser consagrados sacerdotes al servicio del pueblo sacerdotal. Oremos intensamente pidiendo al Señor nuevas vocaciones sacerdotales, con la conciencia de que en nuestra Diócesis no alcanzan el número de los sacerdotes para la atención mínima de las comunidades.

Aquí en la Eucaristía se da el mayor ejercicio del reinado de Cristo. Aquí el que reina a la derecha del Padre, reina actualizando la ofrenda del sacrificio de la cruz, para que lo presentemos a Dios, para el perdón de los pecados, para que hagamos el mayor ejercicio de la libertad: ofrecernos enteramente con él al Padre, santificados por el Espíritu.

Que nuestro Rey nos haga partícipe de la victoria de la verdad, él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

20 de Mayo, Ascensión del Señor, Clausura del Año jubilar de oro de la diócesis

Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado. El Señor glorificado, sentado a la derecha del…

Sea alabado y bendito Jesucristo

r./. sea por siempre bendito y alabado.

El Señor glorificado, sentado a la derecha del Padre, el que ha puesto a nuestra humanidad junto a Dios. ¡Sea siempre bendito y alabado!

Estamos reunidos este Domingo de la Ascensión, ofreciendo la Acción de Gracias por nuestra Iglesia que ha vivido el Año Jubilar de oro, experimentando la presencia de su Señor y Esposo.

1. Mis hermanos, queramos hacer de este rato una verdadera contemplación, una mirada de fe que se deja iluminar por el esplendor de la gloria del Señor. Con los ojos de la fe, dirijamos nuestra mirada a Jesús, el Cristo, el Señor, glorioso a la derecha del Padre, vencedor del pecado y de la muerte, adorado por los ángeles, obedecido por los coros celestiales, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo.

Contemplemos, mis hermanos, lo más real de lo real, la luz que da sentido a todo, la verdad de la existencia y del universo: Jesucristo, glorioso. Porque nuestra fe es en él, nuestra esperanza es él, nuestro amor proviene de él y a él vuelve, sea él bendito y alabado.

2. Jesucristo glorificado en los cielos recapitula todo su ser y su actuar, en una existencia, que es un continuo presente.

Jesús es aquel ‘por quien todo fue hecho’, como confesamos en el Credo. Toda la creación tiene su origen, sustento y sentido, en Jesús, Señor, Dios, y hombre, primogénito de toda la creación. Él glorificado sostiene el universo entero.

Jesucristo es el que modeló a Adán, el que acompañó a los patriarcas, el que guió al Pueblo de Israel.

Por sobre todo, Jesús glorificado es el que se encarnó de María y asumió nuestra condición humana. Toda la existencia de Jesús está presente y viva en el Señor glorificado junto al Padre.

Especialmente su entrega, su pasión y su muerte, son hoy por hoy el sacrificio perpetuo de Jesús. El es Cordero preparado antes de la creación del mundo y que sigue ofrecido, degollado y vivo. Él es el sacerdote eterno que se ofrece en sacrificio al Padre. Él es el abogado, el mediador, el dador del Espíritu.

Él es la Palabra, el sentido de todo, el Juez de vivos y muertos, que vendrá en gloria y majestad.

Nosotros, los cristianos somos fruto de la acción de Cristo glorioso, somos sus miembros, de él vivimos, hacia él vamos, en él esperamos, a él aguardamos.

Por eso, espero que – como recuerdo de esta Año Jubilar y sobre todo como expresión de nuestra fe y esperanza – llegue el momento en que podamos representar a Cristo glorioso en la cabecera, en el ábside de nuestra Iglesia Catedral.

3. Jesús que subió a los cielos y está sentado junto al Padre es el Señor de la Iglesia, su Esposo y su Cabeza. De tal forma que la Iglesia vive y obra por virtud de Cristo glorioso y en unión con él.

El mismo que llamó a sus apóstoles y los consagró con el Espíritu Santo, él glorificado es el que actúa hoy en la Iglesia, su cuerpo, cuya cabeza está glorificada en los cielos.

Cristo que subió a los cielos, cabeza y principio de la Iglesia nos va haciendo crecer desde él y hacia él por diversos ministerios, servicios, con la gracia de carismas diversos.

4. Así, bajo la luz de Cristo glorioso en los cielos, presente y actuante en su Iglesia, clausuramos hoy el Año Jubilar de oro de nuestra Diócesis de Canelones.

En este tiempo hemos hecho memoria en la fe, de la acción salvadora de Jesucristo, en esta Iglesia, a lo largo de 50 años, por medio de miembros concretos e instituciones concretas. ¡sea por siempre bendito y alabado, nuestro Señor que ha obrado y salvado en estas cinco décadas! Él que predicó, él que bautizó, el que perdonó y santificó, él que congregó en la unidad de su cuerpo. A él, la alabanza, la gloria y la acción de gracias.

El Año Jubilar nos ha hecho vivir más profundamente el misterio de la Iglesia, su unidad inefable, su principio divino. Como lo oímos del Apóstol: la Iglesia congregada por el Padre y el Hijo y el Espíritu, por un bautismo, en la vida de fe, esperanza y caridad.

En las celebraciones jubilares hemos experimentado a Jesucristo presente y actuante en medio de su pueblo. Además de los encuentros comunes, hubo momentos particulares maravillosos. Como un perla preciosa evoco el maravilloso jubileo de los niños.

Yo reconozco que tuve el privilegio de estar en todas las celebraciones. Por eso puedo dar testimonio. ¡Cuántos tesoros de gracia! ¡Cuánta renovación en la fe y la caridad! ¡Cómo se ha derramado el perdón y la reconciliación!

Miremos a Jesús en los cielos, y con un corazón humilde y agradecido entonemos cantos para darle gracias, por su obra en esta tierra.

5. Una mirada de fe a la presencia y la obra de Cristo en medio de nuestra Iglesia, nos impulsa a reconocer la obra de Dios, para ser agradecidos y secundar su acción.

Es imposible evocarlo todo. Sin ningún orden, con sencillez, permítaseme simplemente mencionar tres momentos de estos últimos días, para que avive en nosotros la atención a la obra de la gracia de Dios y por ello, la alabanza y la gratitud.

Hoy se han reunido grupos movimientos laicales y laicos en general, para compartir la vocación cristiana. Todo el año jubilar se ha ido potenciado la misión de los laicos como discípulos misioneros de Cristo y la integración de los movimientos entre sí y en la Diócesis.

Viernes y sábado estuvieron trabajando más de 30 personas de más de una quincena de colegios y obras de niños y adolescentes de nuestra Diócesis, para un curso de formación de directivos, dado por la Universidad Católica. Esto ha sido posible por el trabajo de más de un año de ir congregando los que trabajan en la educación católica. ¡Hermoso fruto y comienzo de frutos verdaderos y duraderos!

Hoy de mañana se han reunido un grupito de adolescentes, con inquietudes vocacionales, en lo que podríamos llamar pre-seminario. Ya se han reunido en otra ocasión. Es un camino para ellos, y también para fomentar la pastoral vocacional en nuestra Diócesis. Les he presentado como guía al gran sacerdote y misionero, padre de nuestra Iglesia, el Siervo de Dios Jacinto Vera.

Traigo estos ejemplos concretos, para invitarlos a que cada uno, y cada comunidad haga una letanía de las presencia de gracia del Señor de la gloria entre nosotros, mirando también lo que obra en los hermanos y lo que recibimos de la totalidad de la Iglesia local.

6. Un lugar especial del señorío salvífico de Cristo glorificado es el ministerio ordenado. El sacramento del obispo es principio visible de unidad de la Iglesia local. A él lo acompaña el presbiterio, que forma cuerpo con el obispo. La unidad del obispo y del presbiterio, unidad de fe y esperanza, unidad de obediencia a Cristo y al llamado del Padre, unidad en el servicio al Pueblo de Dios, es fundamento de la unidad de la diócesis.

Agradezcamos a Cristo glorioso su humildad en hacerse visible como cabeza por medio del obispo con su presbiterio. ¡Este sacramento es presencia de su pasión salvadora, de su resurrección gloriosa y de su acción sentado junto al Padre. ¡Que nos conceda vivir con mayor fe, humildad y obediencia, entrega y generosidad, el ser sus instrumentos!

Con respecto al servicio diaconal, enseguida leeré las palabras del ritual y lo viviremos en la ordenación.

7. El Año Jubilar ha sido y es también un llamado a la conversión. Hemos escuchado las exhortaciones de San Pablo a la unidad, la humildad, el amor, el crecimiento común.

Por eso pidamos intensamente: Señor, conviértenos a ti, y nos convertiremos. Derrama tu Espíritu desde el seno del Padre para que afiance nuestra fe, eleve nuestra esperanza, queme con el fuego de su amor todo lo que debe ser purificada y nos vuelva una ofrenda pura, santa, agradable a Dios.

8. La Eucaristía, la Santa Misa, es el máximo ejercicio del sacerdocio de Cristo glorificado junto al Padre. En ella une consigo a la Iglesia, su Esposa y su Cuerpo, dándole su mismo Espíritu. Que sea fruto del Año Jubilar una mayor y mejor comprensión y vivencia de la Santa Misa. Que nos entreguemos más al culto público y perfecto que Cristo tributa con la Iglesia al Padre. Que nos dejemos santificar más plenamente para que nuestra vida pertenezca a Dios, unida a la ofrenda del único perfecto sacrificio de Jesús.

Quiera el Padre, por Jesús, en la unidad del Espíritu Santo recibir nuestra ofrenda de acción de gracias, por la multitud de dones que hemos recibido.

Que María, Nuestra Señora de Guadalupe, nos acompañe en la nueva etapa de nuestra querida Diócesis y nos ayude a ser buenos servidores, como los de Caná, cumpliendo con la enseñanza que Ella nos dejó: hagan todo lo que él les diga.

Y ahora me voy a dirigir directamente a los que van a ser ordenados diáconos. En este caso uno será diácono permanente célibe y el otro diácono permanente casado. A ambos les leeré las exhortaciones que trae el ritual de ordenación.

Vigilia Pascual del 7 de abril

Sea alabado Jesucristo. R./. sea por siempre bendito y alabado.  El nuestro Señor crucificado, que surge glorioso del sepulcro, que…

Sea alabado Jesucristo. R./. sea por siempre bendito y alabado.

 El nuestro Señor crucificado, que surge glorioso del sepulcro, que asciende a la derecha del Padre, como Sacerdote y Mesías eterno, como Señor y Dios.

I - Antes que nada pongamos ante nuestros ojos los hechos, porque nuestra fe es sobre la realidad: el que fue crucificado, al tercer día resucitó: su sepulcro se encuentra vacío, sin violencia de ninguna clase; él se aparece a los testigos escogidos, los que convivieron con él antes de su pasión. Sí es una realidad: Cristo vive, y vive glorioso, inmortal.
 Por eso nuestros hermanos cristianos de Oriente hoy se saludan con la confesión de fe:
Cristo resucitó, dice uno. Y contesta el otro: en verdad resucitó. Repitámoslo con gozo y firmeza: CRISTO RESUCITÓ. R./. EN VERDAD RESUCITÓ.

II - Esta acción extraordinaria, de la resurrección de Jesucristo es la culminación de la obra de Dios, como lo hemos ido contemplando guiados por la palabra de Dios. Porque vivimos en una creación y en una historia en la que Dios actúa, obra, crea, salva, y cuya culminación en la muerte y resurrección de Jesucristo.
 La creación entera, y sobre todo el hombre, fueron hechas a la luz de Cristo resucitado. Dios nos ha creado para la vida inmortal, para participar de su propia vida.
Las acciones maravillosas de la Historia de la Salvación son preparación y participación de la potencia de Dios que se despliega en la resurrección de Jesús y en su entronización junto a Dios.
La humanidad nueva que con Noé sale del diluvio anuncia al Pueblo de Dios que nacería de las aguas bautismales.
El sacrificio de Isaac anuncia al verdadero sacrificio en que el mismo Dios entrega a su Hijo unigénito.
El cordero pascual que salvó a los hebreos del exterminio era figura del verdadero cordero cuya sangre marca las puertas de los fieles, nuestros cuerpos llamados a ofrecerse con Jesús y resucitar con él a vida nueva.
Especialmente la antigua Pascua, la liberación de la esclavitud del Faraón, y el pasaje a la libertad y la alianza, preparaban la Pascua definitiva.
Los profetas anunciaron todos al Siervo sufriente que se entregaría por la multitud, al Ungido, Mesías, Salvador, que conduciría al pueblo, rescatándolo no ya de un poder político, sino de la esclavitud del pecado y de la muerte, para llevarlo a la plenitud de vida de Dios, en la alianza eterna, sellada por su sangre, realizada en el don del Espíritu Santo.

Por eso, mis hermanos, reconozcamos con fe firme, renovémonos en la esperanza cierta de que la vida tiene un sentido, está apoyada en el obrar de Dios, creador, redentor, salvador, dador de vida eterna. Pongámonos en las manos del Padre, que al entregar a su Hijo y al aceptar su ofrenda, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha, a todos nos perdona, nos rescata, nos salva, nos hace partícipes de su propia vida.

III – Esa Historia de Salvación, es actual. Cristo resucitado ofrece continuamente al Padre la ofrenda de sí mismo y derrama desde el seno del Padre el Espíritu Santo y toda gracia. La Historia de Salvación continua humilde, callada, pero veraz y poderosa por obra de Jesucristo en su santa Iglesia.
Por ello, con el poder de su Espíritu se anuncia que Dios nos ha perdonado en Cristo, que nos ha resucitado en él. Si creemos y nos abandonamos en sus manos, recibimos el perdón y la vida. Por pura gracia somos salvados.
En la Iglesia, en la fe, recibimos las acciones de Cristo que nos hacen participar de su Pascua.
Por eso en esta noche santa vivimos que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en su muerte, y hemos resucitado con él. Hoy la Iglesia en toda la tierra se goza con los nuevos hijos de Dios, que ella engendra en su seno, del agua y del Espíritu Santo.
El bautismo Dios lo sella, lo confirma con la gracia de la unción: el don del Espíritu Santo para ser un pueblo consagrado para Dios.
En la Iglesia, en cada Eucaristía, Jesucristo Señor, renueva su sacrificio pascual y la victoria de su resurrección, uniendo consigo a su Esposa la Iglesia, a nosotros su cuerpo, para que vivamos en la novedad de la vida eterna.


IV – Si hemos resucitado con Cristo andemos en vida nueva. Dejémonos perdonar por Dios. Abramos nuestro corazón para que obre en nosotros maravillas. Dejémonos iluminar, consolar, guiar, fortalecer, según las necesidades de nuestra alma: la muerte ha sido vencida, que por la fe venza ya la vida de Cristo en nosotros, en la esperanza de la resurrección futura.
Presentémonos con Cristo ante el Padre. Ofrezcamos una vida concorde con la voluntad del Padre. La obediencia cotidiana a la voluntad de Dios. La ofrenda de nuestros dolores y sufrimientos. El cumplimiento de nuestros deberes de estado. Aún la paciencia y el silencio para llevar la cruz, apoyándonos en el Señor, son parte de la realización de nuestro camino de discípulos de Jesús.
Porque confesar a Cristo muerto y resucitado no es una solución de final de película, sino es la transformación de todo, del dolor, de la muerte, de la vida y de la belleza, de lo desagradable y lo triste. Todo está llamado a ser transformado en la cruz y la resurrección.

V – Como Iglesia estamos llamados a proclamar a Cristo muerto y resucitado, como Señor y Salvador en medio de un mundo de dispersiones, de buena voluntad y de intentos vanos. También, en un mundo que frecuentemente saca a Dios del medio.
Nuestra gloria es la cruz de Jesucristo: no nos avergoncemos de él. Nuestra fuerza es nuestra debilidad apoyada en el poder de la resurrección: no dudemos de él. Nuestra victoria es nuestra fe.

CRISTO RESUCITÓ R./. EN VERDAD RESUCITÓ
a Él la gloria y el poder, la alabanza y la acción de gracias, el honor y la gloria,
a Él nuestro amor y nuestra gratitud,
con Él y por Él la gloria al Padre de quien procede todo bien.
en la unidad del Espíritu Santo, en nuestros corazones y en nuestra vida,
en la Santa Iglesia peregrina y en la Jerusalén celestial, con los ángeles y santos.
ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Viernes Santo

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Una multitud de afectos e ideas…

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Una multitud de afectos e ideas nos ha movido la Palabra de Dios, el testimonio del Espíritu Santo, sobre Cristo, en su pasión, crucifixión y muerte.
Todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, toda la verdad sobre Dios y sobre el hombre, sobre el pecado y la gracia, la vida y la muerte, la condenación y la redención, tienen su total revelación en Cristo crucificado. Por eso, cada cual guarde en su corazón, medite, y profundice aquél tesoro que el mismo Espíritu ha puesto en él en este día.

Celebramos la gloria de Jesús, Hijo de Dios, exaltado en la cruz.
Cristo resucitado, glorificado, con sus santas y preciosas llagas, nos proclama: me mirarán a mí, al que traspasaron.
Y nosotros, obedientes a su voz, lo miramos a él, con su corazón abierto y venimos a beber de las fuentes de la salvación.

I – una primera palabra que nos mueva a la conversión brilla en la realización del amor de Dios en la cruz de Cristo. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4,9-10). “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros” (1Jn 3, 16).
Quiera el Señor tocarnos con su amor, de forma que muramos a nosotros mismos. “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor. 5,14-15).
Es ésta la conversión radical de la fe cristiana. Creer en el amor del Padre, en la entrega de Jesús, para dejarnos curar, sanar, perdonar, y para nos cambie el corazón con su caridad a fin de que lo amemos, anteponiendo a todo el amor a Cristo.
Y, a su vez, este mismo amor a él nos lleva a amarnos unos a otros. “Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1 Jn. 4,11).

2. Una segunda mirada al que atravesamos, nos da una lectura profunda de la vida humana, de la historia pasada, y de la situación presente, del bien y del mal: la realidad del pecado y de la gracia de Dios. Mirando al que atravesamos, comprendemos como el verdadero mal es el pecado, y nos damos cuenta de la fuerza y dilatación del misterio de iniquidad en todas las dimensiones de la vida: la privada y familiar, la social y política.
No se habla de pecado. A lo más se habla de males, que se tratan de acomodar con la justicia humana, con el premio o castigo de los hombres. Con frecuencia buscamos aprovechar la ocasión de la caída ajena, para ocultar nuestros propios pecados. Nos escandalizamos de los otros. ¡Qué difícil es reconocer el pecado propio! Mucho más si es en público y tiene consecuencias en el aprecio de los demás, o económicas o políticas.
Dios entregando a su Hijo por nosotros, nos entrega la única solución, la única salvación: el perdón de los pecados, la gracia, la conversión, la justicia regalada por Dios, que da frutos de caridad y santidad.
Oremos intensamente para que el Señor nuestro Dios regale el don del Espíritu Santo, para atraer a los hombres a la gracia del perdón y la reconciliación, que mueve a la confesión del pecado y al arrepentimiento. El Evangelio del perdón dado gratuitamente en la cruz de Cristo es la única proclamación real y efectiva que sana y quita el pecado del mundo, si es recibido con la humildad de la fe.

3) Siguiendo las reflexiones de días pasados miremos al que atravesamos, para adentrarnos en las actitudes fundamentales de su corazón y pedirle la gracia de participar de ellas.
En la pasión se manifiesta toda la humildad de Jesús. Recordemos los términos de la profecía de Isaías aplicados a Jesús: uno ante el cual se oculta el rostro, despreciado, desestimado, sin belleza, sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, leproso, herido de Dios, humillado. Y él maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca.
Pero esa humillación es su victoria. A causa de los trabajos de su alma, justificó a muchos. El Evangelio según San Juan está escrito para mostrar la gloria del crucificado, para que comprendamos que en ese desastre, en ese rey aparentemente vencido, en el mesías abatido, se da a conocer la gloria del amor de Dios, de la humildad de Dios.
El Hijo no busca nada para sí, sino que quiere la gloria del Padre. Y esa gloria es patente en Jesús levantado en lo alto, porque lleva a cumplimiento la obra del amor divino.
Pidamos participar de su humildad, no buscando otra gloria que la del Padre en su Hijo elevado en la cruz. Jesús dijo: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Jn.5,44). Que él nos conceda no buscar sino la gloria de Dios y su obra en nosotros.
En la pasión está patente la obediencia de Cristo. Lo hemos visto en los hechos y nos lo ha proclamado la carta a los Hebreos. “Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, de sus sufrimientos, a obedecer”. Es la obediencia al Padre lo que perfecciona a Jesús, como sumo sacerdote, y como cordero, como víctima perfecta. Es la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz lo que lo moldea en su alma, en su humanidad, como Hijo perfecto, en quien el Padre tiene sus complacencias.
Y nosotros que somos fruto de su obediencia, somos también perfeccionados como hijos de Dios, en la medida de nuestra obediencia. Él “llevado a la consumación, a la perfección se ha convertido en autor de salvación eterna para todos los que le obedecen”.
La pasión y muerte de Jesús es su entrega total y definitiva. Su ofrenda, su sacrificio. Él es el sumo y eterno sacerdote, él es la víctima pura, propiciación por nuestros pecados, cordero inmaculado. Su sacrificio perfecto, hecho de una vez para siempre, no pasa, sino que es siempre actual: es el perdón de los pecados, es la efusión de la gracia, es la alianza nueva y eterna, es la misma vida eterna en comunión con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo.
Pidamos para nosotros, para toda la Iglesia, para los que serán incorporados a ella por el Bautismo y la Confirmación, para que se consume nuestro propio ser, nuestro propio misterio de miembros de Cristo: que aprendamos más y más a ofrecernos a Dios, hasta que lleguemos a ser ofrenda eterna, con María, los apóstoles, los ángeles y los santos.
Modelo Jesús y realización perfecta de la paciencia. Que él nos obtenga la capacidad de padecer sin quejarnos, la comunión con sus padecimientos. Que Jesús que conoce nuestra debilidad, porque fue probado en todo, menos en el pecado. Él que es sumo sacerdote compasivo nos obtenga la paciencia, la perseverancia, la constancia, para que la gracia de Dios triunfe en nuestra debilidad.
Cuando oremos por toda la Iglesia y el mundo entero, cuando adoremos la Santa Cruz, cuando nos alimentemos con la víctima ofrecida en la cruz, pidamos para nosotros y para toda la Iglesia estas disposiciones sanadoras, estas virtudes vencedoras.
Oremos por la humanidad entera, y, especialmente, por nuestro pueblo, por el pueblo uruguayo. Que tanto en lo personal y en las familias, pero también en lo público, en la educación, en la social y político se deje sanar por el Salvador. Hay dimensiones de la vida social y política que no se arreglan social y políticamente. Por eso pedimos que nuestro pueblo, y también los gobernantes, se dejen curar por la humildad ante Dios y ante los hombres; por la obediencia a Dios y la entrega a su voluntad; por la paciencia, que incluye perseverancia en la virtud, saber sobrellevar agravios y perdonar. Sin ello, no hay solución a las fracturas de la vida de un pueblo.
Pidamos de un modo especial por los jóvenes, para que el Espíritu Santo los una a Cristo, por la humildad, la obediencia, la entrega y ofrenda, la paciencia.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jueves Santo en la Misa de la Cena del Señor 4 de abril

 Sea alabado y bendito Jesucristo. R../. sea por siempre bendito y alabado.  El que por nosotros se hizo hombre. Él…

 Sea alabado y bendito Jesucristo. R../. sea por siempre bendito y alabado.

 El que por nosotros se hizo hombre. Él que murió para rescatar a la humanidad y en su Pascua conducirla al Padre. Él que está glorificado en los cielos, nos concede realizar lo que él mismo – en la noche de su entrega – nos mandó realizar en su memoria.
 Oh memorial de la Pasión del Señor. Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo, hasta el fin, hasta la perfección.
 Como lo escuchamos el Domingo pasado en el relato de la Pasión según San Marcos, esta cena, y el sacramento del altar, forman parte de la misma pasión, de la misma entrega de Cristo al Padre, de Cristo por nosotros, de Cristo a su Iglesia: el cuerpo entregado y la sangre derramada en la cruz, ya los entregó Jesús en la cena, por los discípulos y por la multitud.
De modo semejante, ahora, él mismo que en los cielos es el sacerdote eterno y el cordero que se ofrece permanentemente, hace presente su propio sacrificio, nos permite ofrecerlo, nos concede ser perdonados por él, nos da su Espíritu para que también nosotros nos volvamos ofrenda eterna.

I - Antes que nada escuchemos este Evangelio: Cristo murió por ti, déjate perdonar, salvar, transformar por él y su gracia.
Así, en primer lugar, se nos proclama este Evangelio de gracia, de perdón, de amor sin límites, del Padre entregando al Unigénito, del Hijo que se ofrece como víctima de propiciación por nuestros pecados, de la misma caridad que es derramada por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.
Se nos proclama para la conversión de nuestra mente, nuestro corazón y nuestra vida: Conviértete y cree en el Evangelio, en el anuncio que Dios mismo hace por su Iglesia: ¡déjate reconciliar por Dios! ¡déjate amar por Dios! Confía sin límites como para abandonarte en sus manos: el que no perdonó a su propio Hijo, ¡cómo no nos dará con él todas las cosas! Olvídate de ti y afirma que toda la realidad, la existencia, está en el amor de Cristo entregado. Esa entrega de amor que está realmente actualizada en la Eucaristía, en la Santa Misa.
Por eso, la misa, sacrificio de Cristo, es el sacramento del amor, es el centro de toda la vida de la fe, es la consistencia de toda el existir de los cristianos.
Pidamos la fe y el amor de todos los santos, para acercarnos a los santos misterios con el corazón renovado, por la comunión con la Iglesia de todos los siglos, de todos los santos, que han bebido la fe y el amor, la razón de vivir y entregarse en el Sacrificio Eucarístico.

II – En esa conversión a Jesús en esta noche santa de su entrega, pidámosle también iniciarnos más, comulgar mejor, con las disposiciones de su corazón. Y tomemos aquellas mismas actitudes básicas, virtudes del Corazón de Jesús, que pedimos imprima en nosotros por su ejemplo, su palabra, su gracia.
Queremos conocerlo a él, la eficacia de su resurrección y la comunión con su muerte, con sus padecimientos. La Palabra y la Eucaristía son el camino, para que esto se realice en nosotros.

4 de abril Misa Crismal

Parroquia de la Inmaculada Concepción de Pando Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado  Hermanos…

Parroquia de la Inmaculada Concepción de Pando

Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado

 Hermanos carísimos, nos reúne hoy nuestro Rey y Cabeza, nuestro Sumo Sacerdote, el ungido para traer el Evangelio del Padre, el Esposo que amó a la Iglesia, para unirnos estrechamente en el fruto de su bienaventurada Pasión y su gloriosa Resurrección y su admirable ascensión a la derecha del Padre, el dador permanente del Espíritu Santo.
 Según está escrito, “aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Jn. 3,34). Esta Misa Crismal nos hace vivir la gracia sobreabundante del Espíritu Santo que desde la cabeza, Jesucristo, se derrama sin medida sobre todo su cuerpo, la Iglesia.

I) Escuchando el testimonio del Espíritu Santo, en primer lugar miremos al autor y consumador de nuestra fe a Jesús, Hijo de Dios. La Palabra de Dios nos lo ha proclamado especialmente como el ungido por excelencia, el mesías, el Cristo.
 Él estaba prefigurado en Aarón y todos los sumos sacerdotes consagrados por la unción santificadora. Jesús llego a ser sumo sacerdote perfecto por sus sufrimientos, y habiendo realizado la redención eterna, por su propia sangre, entró en el santuario celestial, donde se ofrece e intercede como sacerdote y cordero inmaculado.
Él estaba anunciado en David, a quien Dios buscó, eligió como rey y ungió con óleo santo, para que fuera conducido por el Espíritu tanto en las batallas, cuanto en la inspiración de los salmos. ((El Domingo pasado, retomando la confesión del pueblo hebreo, con la fe plena de la Iglesia, aclamamos a Jesús, entrando en Jerusalén, como Hijo de David, con reinado salvador y eterno)).
Hoy se cumple la escritura que acabamos de oír. Como había proclamado el profeta, y como el mismo Jesús lo declaró en la sinagoga de Nazareth, el Espíritu del Señor está sobre él, para que anuncie la gracia definitiva de Dios, el año jubilar de perdón y reconciliación, el Evangelio de la libertad, de la luz, de la vida.
((El Espíritu Santo habitó en Jesús desde su concepción y descendió sobre él en el Jordán. Llevado por el Espíritu Eterno se ofreció en la cruz)). Resucitado y glorificado por el Espíritu que da vida, exaltado por el Padre a su derecha, Jesús es el dador del Espíritu prometido.
II - Jesús, Cristo, mesías, ungido no con aceite material, sino con el Espíritu Santo, sigue obrando su mediación sacerdotal. Él es el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra, rey salvador universal. En los cielos Cristo ejerce su mediación perpetua, ante el Padre, en presencia de los coros de los ángeles.
Al mismo tiempo, Cristo une consigo a su esposa la Iglesia en esta acción vivificante por obra del Espíritu Santo. La Sagrada Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella está Cristo siempre presente. En esta obra de santificación de los hombres Cristo asocia consigo a su Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre. Aquí los hombres somos santificados por esta obra de Cristo Sacerdote y cabeza junto con su cuerpo que es la Iglesia, pueblo de sacerdotes y reyes (cf. SC 7).
III – hoy, En esta celebración litúrgica, se manifiesta plenamente y se actualiza esta acción sacerdotal, por medio de la oración de Cristo con su Iglesia, el Espíritu desciende sobre los santos óleos.
El óleo de los enfermos hace patente el amor especial del Hijo de Dios para con el hombre que sufre en su propio cuerpo. Jesús cargó con nuestras enfermedades y llevó sobre sí nuestras dolencias. El inmortal tomó una humanidad mortal y padeció en su propia carne hasta la muerte y muerte de cruz. En su encuentro con los hombres Jesús tuvo una particular atención para con los enfermos y para el ser humano que enfrenta la muerte.
Por ello, vencedor de la muerte, de muchas maneras acompaña a los miembros sufrientes de su Iglesia La bendición de este óleo hará que sea instrumento del Espíritu Santo, que de vigor al cuerpo debilitado, que comunique la protección de Dios, que una con la pasión salvadora de Cristo, que levante el alma al consuelo y la esperanza de vida eterna.
El óleo de los catecúmenos significa la ayuda de Cristo para el combate cristiano. Nuestra lucha no es con las fuerzas humanas, la carne y la sangre, sino contra el tentador y el pecado. Reconocemos que no podemos vencer por nosotros mismos. Primero para los catecúmenos en su acercamiento al agua bautismal y luego toda la vida necesitamos de la unción de la gracia del Espíritu Santo, porque como nos enseñó el Señor ‘sin mí no podéis hacer nada’.
En lo más alto de la efusión del Espíritu está el Santo Crisma, ungüento perfumado, por el que participamos de la plenitud del don del Espíritu Santo, que reposa sobre Jesús, el Cristo, el Ungido, el Mesías. Por el Santo Crisma se nos comunica toda la novedad de la alianza eterna en la sangre de Cristo, por la efusión total del Espíritu en Jesús, la cabeza, y en todo el cuerpo de la Iglesia.
La iniciación cristiana, es decir, la inserción en el misterio de Cristo y de su Iglesia, se hace por los dos sacramentos primeros, que establecen en la nueva alianza: el bautismo y la confirmación. Dos sacramentos íntimamente unidos que tienen su origen en el envío por parte del Padre de su Hijo y del Espíritu Santo, Por eso nueva alianza es fruto de la muerte y resurrección de Cristo y del envío del Espíritu de la promesa.
Hechos miembros de Cristo por el bautismo, la plena y perfecta incorporación a la Iglesia se nos concede por la unción del Santo Crisma, que nos convierte en cristianos perfeccionados, ungidos, sellados en propiedad del Santo Espíritu, para que dejemos que obre plenamente en nosotros. Así, somos totalmente consagrados, como pueblo de reyes, sacerdotes y profetas, partícipes de Cristo, Rey inmortal, profeta y Maestro de la verdad, testigo fiel del Padre, Sumo y Eterno Sacerdote del sacrificio perfecto y del culto que al Padre agrada.
Queridos hermanos: como pueblo de consagrados por el Espíritu, oremos por aquellos que recibirán el sello del don del Espíritu Santo y pidamos que todos los confirmados renovemos nuestra fidelidad a la consagración de la iniciación cristiana.
IV – Ahora me dirijo especialmente a ustedes, mis hermanos sacerdotes. Los que fuimos separados para el sacerdocio por la imposición de manos del obispo y la oración, es decir, el obispo y los presbíteros, recibimos una efusión particular del Espíritu Santo, y fuimos ungidos con el Sagrado Crisma. Los obispos son ungidos en la cabeza, como quienes tienen la plenitud del sacerdocio, para la santificación de todo el pueblo de Dios, cual sucesores de los apóstoles. Los presbíteros son ungidos en las manos, como quienes están consagrados a la oración por todo el pueblo, en especial en los sacramentos y la Santa Misa.
Queridos hermanos en el sacerdocio. Con la certeza de la fe confesemos la grandeza del sacerdocio de la Iglesia, que nos hace instrumentos de Cristo y particularmente ungidos y consagrados por el Espíritu. ¡Qué increíble don haber sido tomados por Jesús para que él obre por medio de nosotros, para que seamos instrumentos del Espíritu Santo!
Hermanos, con gozo afirmemos que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Jesucristo y a su Iglesia y por todas partes demos testimonio del amor de predilección que el Señor ha tenido para con nosotros y tiene hoy, pues él es fiel y no niega su elección.
Al mismo tiempo, con humildad reconozcamos la distancia infinita que hay entre el don que nos ha constituido sacerdotes de Cristo y la realidad de nuestra pequeñez y nuestras infidelidades. Pidámosle la acción del Espíritu con el que fuimos ungidos, pidámosle la gracia de la conversión y la fidelidad en todo, en lo grande y en lo pequeño.
Al volver renovar las promesas hechas un día ante el Obispo y ante el Pueblo santo de Dios, queramos con sinceridad y humildad mejorar, cambiar, todo aquello que no es según el sentir y el querer de la Iglesia. Recordemos que Cristo al que estamos configurados salvó a la humanidad entera por su obediencia y que la verdadera fecundidad de nuestro sacerdocio será fruto de nuestra obediencia, efecto de la unción del Espíritu Santo.
Mis hermanos, no les sorprenderá que en esta exhortación a la humildad, a la entrega y a la obediencia haga un llamado preciso a la fidelidad a la Iglesia, a su Sagrada Tradición y a sus leyes, en la celebración de la Eucaristía y en todas las acciones litúrgicas.
La misma unción del Espíritu que nos une a Cristo en la obediencia, que nos hace participar de la fe de la Iglesia, nos lleva a celebrar ‘con unción’, con piedad, con reverencia, con santo temor de Dios y con el gozo de la alabanza y la adoración en Espíritu y en verdad.
Mis queridos diáconos. En su ordenación no recibieron la unción del Crisma, porque no fueron consagrados para presidir la Eucaristía. Tienen, por cierto, la unción del Santo Crisma de la Confirmación. Recibieron sí por la imposición de manos una participación especial del Espíritu para el servicio, para ser servidores. Ministros y servidores del Evangelio, que se les entregó, que proclaman en la Eucaristía, que han de llevar por doquier. Servidores del cuerpo y de la sangre de Cristo, que han de distribuir y llevar. Servidores de los pobres, de la porción predilecta del cuerpo de la Iglesia. Quieran hoy renovar de corazón las promesas de fidelidad a la gracia que recibieron.
Hermanos todos. Alabemos a Dios que hace cosas tan grandes en medio nuestro. Demos gracias por la acción salvadora de Cristo, en su Iglesia, por la efusión del Espíritu Santo. Oremos con sinceridad y confianza con las oraciones de la Sagrada Liturgia. Abramos el corazón a la acción del Espíritu Paráclito, que nos consuela y defiende, que nos aconseja y acompaña, que nos da la fortaleza para vencer en el combate cristiano, para unirnos con las acciones de Cristo en la Liturgia y en nuestra vida de ungidos, consagrados, de tal forma que con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo, en su solo cuerpo y un solo Espíritu, entremos más plenamente en el Santo Sacrificio de la Misa y podamos ofrecernos al Padre como una ofrenda pura, aquí, ahora, y en la eternidad, por los siglos de los siglos. Amén.

Domingo de ramos en la Pasión del Señor

HOMILÍA EN LA MISA Sea alabado y bendito Jesucristo r./. Sea por siempre bendito y alabado. Aquel cuyos padecimientos se nos…

HOMILÍA EN LA MISA

Sea alabado y bendito Jesucristo r./. Sea por siempre bendito y alabado.
 Aquel cuyos padecimientos se nos acaban de proclamar: sus dolores, su entrega, su humildad, su paciencia, su obediencia al Padre, su amor al hombre.
 Sea bendito Jesús y él, que está ahora en los cielos, nos envíe el Espíritu Santo, para que nos haga participar de los beneficios de su bienaventurada y preciosa Pasión.
 Antes que nada, que cada uno de nosotros atienda y escuche lo que el mismo Espíritu ha movido en su corazón. -- Que el que siente dolor de sus pecados, lo profundice para arrepentirse, para llorar y, sobre todo, para convertir el corazón al Señor.-- Que el que es movido al amor de Dios, se deje encender en él y le ofrezca toda su alma al Señor. --Que el que necesita consuelo, se deje consolar por el amor de Jesús. Que el que necesite paciencia, la beba del Señor.
 I ) Para nuestra breve meditación en común, retomo algo que dijimos al comienzo de la procesión:
 Pidamos la gracia de la conversión. El Reino de Dios, su gracia, su amor, su perdón, la vida divina de hijos de Dios, se nos entrega gracias a la pasión y muerte de Jesús. Conviértete y cree en el Evangelio.
 Que gire nuestro corazón y mire el amor de Cristo crucificado y se deje tomar por ese amor. Que cambie nuestra cabeza, nuestras ideas, nuestros deseos, y se decida a reconocer el amor de Dios y a querer vivir en él y de él.
 Es la gracia, el regalo, que tenemos que pedir ante Cristo crucificado: que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para aquél que por nosotros murió y resucitó.
 Católicos, no nos pertenecemos y no queremos pertenecernos: somos suyos y queremos ser suyos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
 Hermanos: no podemos servir a Dios y al mundo. Hemos sido bautizados para participar de la muerte y resurrección de Jesús, para morir con él a todo pecado y vivir para Dios.
Nos ha liberado Jesús de una vida vacía, según el mundo, para tener vida en plenitud, según los mandamientos divinos.
Siempre podemos convertirnos o, al menos, pedir la gracia de la conversión. De que más profundamente la verdad, la realidad, que dirija nuestra vida, que funde nuestras ideas, nuestros deseos, nuestras opciones sea Jesucristo, su palabra, su amor, su muerte y su vida.
En esta Semana Santa, dediquemos el mayor tiempo posible a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios, a los sacramentos, especialmente hagamos una buena confesión, al ordenamiento de nuestra vida, según los mandamientos de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Abandonemos todo pecado, todo lo que contradice el amor de Dios y sus mandatos y corramos por la vía segura que Cristo nos ha inaugurado.
II) A la conversión, que debe renovarse siempre, sigue la iniciación, el dejarnos meter en la realidad de Cristo y de su Iglesia.
Hay una primera iniciación que hemos hecho en la catequesis de iniciación. Si alguno no la ha hecho que se acerque a la Parroquia para hacerla, sea niño, adolescente, joven o adulto. No podemos vivir en cristianos, sin la iniciación de la catequesis.
Pero, a su vez, esa iniciación, ese dejarnos introducir, meter, en Cristo y en su Iglesia, ha de profundizarse.
La Semana Santa es camino para iniciarnos más en quién es Jesús, y quiénes somos nosotros, quién es cada uno, visto desde la luz del sol: es decir, desde la luz de Cristo, de su bienaventurada pasión y su gloriosa asunción.
Católicos: ¿cuánto tiempo dedicamos a conocer y amor a Jesucristo y cuánto tiempo a distracciones?
Queramos conocerlo a él, la eficacia de su resurrección y la comunión con sus padecimientos.
Esta iniciación, y esta profundización es un llamado a conocer, sí, a celebrar en las celebraciones de la Iglesia, sí, a convivir con Cristo.

A modo de llamado, pongo ante nuestros ojos, tres disposiciones del corazón de Jesús, realizadas plenamente en la Pasión, para que nosotros busquemos meternos más en ellas:
- la humildad: no tengo nada bueno, sino por don de Dios. No gloriarse en sí mismo, sino en el Señor.
- La obediencia al Padre. Jesús fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz, y así nos rescata de nuestras rebeldías, de nuestra soberbia. Pidámosle como crecer con él en la obediencia.
- La entrega: Jesús se ofreció al Padre en sacrificio de sí mismo, se entregó. La plenitud de nuestra existencia, de nuestro bautismo es entregarnos a Dios.
- La paciencia: lo más necesario para el ser humano. Saber padecer con humildad. Saber esperar en Dios, aún cuando para nosotros nos parezca que todo tarda mucho. Ponerse en manos del Padre en toda circunstancia.
Ahora en la Santa Misa, Cristo que está en el cielo, se hará presente en el altar. Cristo que murió en la cruz y que ahora se ofrece en el cielo al Padre, une a su Iglesia, nos une consigo. Al ofrecer el sacrificio del Cordero inmaculado, Jesús, pidámosles que nos una su obediencia al Padre, a su paciencia sin límites, a su entrega y ofrenda al Padre, para que nos haga participar más y más de su vida. Él que por nosotros murió y resucitó y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

25 de marzo V Domingo de Cuaresma

En el Jubileo Diocesano por el ingreso de Mons. Orestes Santiago Nutti a la Catedral 25 de marzo de 2012…

En el Jubileo Diocesano por el ingreso de Mons. Orestes Santiago Nutti a la Catedral

25 de marzo de 2012 – Santa Iglesia Catedral Nuestra Señora de Guadalupe

Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre por bendito y alabado.

            Estamos reunidos, hermanos carísimos, en el Domingo, el día del Señor resucitado, el día en que la Iglesia de Dios, según la santa tradición apostólica es congregada en el nombre del Señor, por la elección de Dios, nuestro Padre, por Cristo crucificado y glorioso en los cielos, y por la fe y caridad que el Espíritu Santo derrama en nosotros, haciéndonos un solo corazón y una sola alma.

            En este V Domingo de Cuaresma, que nos conduce a la celebración anual del primero de los Domingos, el de la Resurrección de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, la Iglesia Santa, el Pueblo de Dios que peregrina en Canelones, celebra con gozo su nacimiento real como Iglesia particular con la recepción de su primer obispo, Monseñor Orestes Santiago Nutti.

            Pueblo congregado por la eficacia poderosa de la Palabra de Dios, comencemos por atender a la Palabra que el Espíritu Santo ha depositada en nuestros corazones.

            En este V Domingo de Cuaresma se nos ha proclamado el Evangelio de la Resurrección de Lázaro, que ocupa el capítulo 11 de San Juan, que es bueno luego retomemos en nuestra oración personal.

            En la Cuaresma la Iglesia Madre quiere conducir a sus catecúmenos hacia la noche pascual,  Al mismo tiempo, los ya iniciados por el bautismo, la confirmación y que ya participan del banquete del verdadero Cordero pascual, hemos de dejarnos renovar en la gracia recibida, hasta que lleguemos a la plenitud de Dios.

            I - La resurrección de Lázaro es el séptimo de los signos que narra el Evangelio según San Juan. Es la culminación de los signos que muestran a Cristo dador de vida. Ya se ha manifestado dando el vino nuevo del Reino en Caná. Ya ha alimentado abundantemente a la multitud, anunciándose a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo. Ya ha prometido el agua que salta hasta la vida eterna y le ha abierto los ojos al ciego, que obedeció a su mandato y se lavó en la piscina del enviado.

            Ahora la resurrección de Lázaro es el signo último del único que puede crear, dar el perdón de los pecados y resucitar muertos. Es aún un signo, es realidad pero apunta a más. Es realidad: muerto estaba muerto y en descomposición y vuelve a la vida por la fuerza de la palabra de Cristo. Es signo porque apunta a la resurrección de Jesús que es más que revivir: es que el hombre reciba en su carne la inmortalidad propia de Dios: la vida inmortal, la visión del Padre, la comunión total de la Trinidad, la perfecta caridad y el gozo sin fin de los bienaventurados.

            Así en este signo de la resurrección de Lázaro que el Espíritu Santo ha testificado en nuestros oídos y en nuestro corazón, somos iniciados en la fe de la Iglesia, del nuevo testamento y somos llamados a crecer en ella, de forma que de ella vivamos.

II)  Antes que nada, se nos introduce en la fe plena en Jesús.

            Jesús se nos manifiesta bondadoso, compasivo con el hombre. Él que tuvo sed de la samaritana, para llevarla a que buscara la verdadera agua de vida, él que se compadeció del ciego de nacimiento y de todos nosotros encerrados en la vanidad de nuestra ceguera, él se compadece del hombre mortal: de Lázaro su amigo, y de los sentimientos de dolor de sus hermanas, de tal forma que los circundantes proclamaban: ¡miren cómo lo quería! Jesús el compasivo, revela las entrañas de misericordia de nuestro Dios. Es ese amor misericordioso, cercano, que lo conduce hasta la propia muerte, llevando nuestras miserias, nuestras enfermedades, nuestros pecados, nuestra muerte.

            Además el Evangelio nos revela mejor quién es este Señor compasivo. El que fue proclamado como profeta, Mesías y salvador ante la samaritana, El que fue reconocido como Hijo del Hombre glorioso por el ciego de nacimiento, hoy nos proclama: yo soy la Resurrección y la vida, el que cree en mí no morirá para siempre. Es el Dios de la vida, que restaura la vida. Somos llevados a la fe en Cristo, que nos da la verdadera vida: la vida inmortal con él resucitado junto al Padre, la vida propia de Dios que comienza con la misma fe. La vida fundada en la fe en Cristo.

            Nos enseña San Pablo: que aunque estemos todavía en carne mortal, no debemos dejarnos llevar por la aparente fuerza de la carne, que encierra al hombre en sí mismo, sino que debemos vivir como resucitados, como quienes tienen vida nueva, dejándonos llevar por el Espíritu Santo.

            Así la fe en Cristo, se vuelve principio de una mente nueva, unas opciones nuevas, una libertad nueva: la de la alianza con Dios, la comunión con la obediencia de Jesús.

III) El evangelio escuchado nos inicia también en los caminos por los que Cristo, la Resurrección y la vida, nos introduce en la comunión con él, nos inicia y nos hace crecer en su propia vida.

            Los evangelios de estos domingos de Pascua, son todos iniciación sacramental, iniciación a la vida que Jesús nos da por sus accione sacramentales en su Iglesia. Es en el bautismo, sacramento de la fe, donde se nos pregunta como a Marta: ¿crees esto? Para que confesemos como ella: sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Mesías, el que tenía que venir al mundo. Antes del bautismo los catecúmenos serán interrogados, para recibir la plenitud del don de la fe en el mismo bautismo. Por  eso hoy oramos especialmente sobre nuestros catecúmenos para acompañarlos hasta la fuente bautismal.

También la comunidad entera de los bautizados en la Vigilia Pascual será interrogada en la fe para renovar la alianza bautismal, para zambullirse en la vida en que fue iniciada.

 Así, pues, el Evangelio de la vida, de Cristo nos da vida nueva, plena, que nos rescata de la muerte en todas sus dimensiones: muerte física, muerte del pecado, muerte eterna, y nos restaura en la vida verdadera.

IV)  Hoy se nos invita a una mirada eclesial a esta realidad que se nos está proclamando y que estamos creyendo. Cristo, Resurrección y vida, es inseparable de su Iglesia. El Rey Mesías guía a su pueblo. El que es la Verdad, nos habla por su Iglesia. El Espíritu Santo que nos da el don de la fe, nos hace partícipes de la fe de la Iglesia. El que es Salvador nos salva en y por su Iglesia.

            La Iglesia nos inicia en la fe y en los sacramentos, nos hace participar del Espíritu y la vida que hay en ella. Es la Iglesia, cuerpo de Cristo, por quien el Señor obra los sacramentos. Es a la Iglesia que somos incorporados para tener vida. Es en la Iglesia que no debemos seguir la carne, sino el Espíritu.

            Este año repetidas veces, juntos y por grupos dispersos, estamos celebrando el don de la Iglesia, la presencia de Cristo en ella, la acción de la Trinidad que congrega a la Iglesia. Y lo celebramos precisamente en nuestra Iglesia de Canelones, en la cual vive y actúa la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.

            Lo celebramos para renovar la fe. Lo celebramos para alegrarnos y gozarnos. Lo celebramos para dar gracias. Lo celebramos para ser más fiel en nuestra misión de ser luz viva en Canelones.

V) Y hoy precisamente celebramos el don del Episcopado en la Iglesia. La Iglesia es Iglesia, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu, Pueblo de Dios, por la Palabra que produce la fe, por el bautismo, la confirmación y se actualiza en el Sacrificio Eucarístico. Todos los bautizados, pues, somos la Iglesia. 

Y, a su vez, la realidad de la Iglesia no se da sin el ministerio episcopal, de los sucesores de los apóstoles. El Padre llama y congrega, Cristo Pastor, Sacerdote y Maestro obra, el Espíritu Santo actúa de un modo singular y específico por el ministerio de la unidad del obispo, al que se une el presbiterio y a quien ayudan los diáconos.

Renovemos, pues, hermanos, nuestra fe en el don del obispo para la Iglesia. Parte de la compasión de Cristo, de su cercanía, de su amor al hombre, es que haya llamado a los apóstoles y quiera quedarse y actuar por el ministerio del obispo.

Hoy debemos y queremos agradecer el don del episcopado en forma concreta como se ha dado en nuestra Iglesia canaria. De mí no voy a hablar: soy el que he tenido menos tiempo esta gracia. Para que podamos evocar mejor les he pedido a Mons. Hermes y a Mons. Orlando, que al final de nuestro encuentro traigan a la memoria algo de lo vivido en tantos años.

Es bueno que reconozcamos y aceptemos en el obispo la concreción de formas, estilos, porque es parte de este humanísimo ministerio. De Mons. Nutti la mayoría de ustedes tiene muchas anécdotas, experiencias, cuentos. Si tuviéramos tiempo podríamos hacer una larguísima velada evocando hechos. De lo que no cabe dudas es que con toda su humanidad y con toda su fe, se entregó como obispo a esta Iglesia que él amó.

Pero sobre todo en esta celebración recibamos el don de Cristo. El obispo es un regalo de Cristo a su pueblo y forma parte de la institución divina de la Santa Iglesia. La Iglesia local es precisamente una porción del pueblo de Dios a la que se le da un obispo como pastor propio. A él le cabe velar por la fe del pueblo de Dios, enseñar y cuidar que se enseñe la fe católica y apostólica. A él le compete cuidar la unidad de la Iglesia y congregara todos en esa unidad. A él le toca velar por el rebaño, lo que implica también el gobierno. Al obispo se le encarga presidir la oración de la Iglesia y los sacramentos, según la Sagrada Tradición y velar que se celebren según la voluntad de la misma Iglesia.

Queramos también renovar las virtudes con que hemos de recibir el don del obispo. Antes que nada la fe, la fe católica, en el sacramento del obispo. Junto con la fe, la esperanza que confía en Dios y en su gracia, que se comunica particularmente por la oración del obispo. Sobre todo la caridad, el amor y especialmente el amor a la unidad de la Iglesia, que es inseparable del amor a los hermanos y el amor al obispo. Junto con estas virtudes teologales, debemos desarrollar otra serie de virtudes: la benevolencia, la paciencia y el buen talante; la obediencia leal, sincera y sin ambigüedades, para ser encontrados fieles; la disposición a colaborar, la oración.

Es lo que Mons. Nutti llamaba la mística del obispo, en la Iglesia, en el presbiterio. Realidad que, por otra parte, él tenía bien consciente.

Por cierto, que también podría enumerar las mismas virtudes, y aún con mayor exigencia, que se piden de parte del obispo. Por ello oremos los unos por los otros y ayudémonos a ser más fieles a Cristo.

Recojámonos, hermanos, en la celebración. En ella primero haremos los escrutinios sobre nuestros catecúmenos, luego instituiremos lectores a tres hermanos nuestros, que van caminando hacia el sacerdocio.

Por cierto, toda realidad está en la Santísima Eucaristía. Celebremos juntos e sacrificio de Cristo, por el que nos rescata del pecado y de la muerte, y nos comunica la vida inmortal.

Demos gracias con alegría por los 50 años de nuestra Diócesis, por todas las gracias recibidas, y, de un modo particular por el ministerio episcopal de Mons. Nutti y sus sucesores, por el regalo de la sucesión apostólica, que nos permite vivir en la plenitud de  la Iglesia.   Traigamos todos los dones, ministerios, gracias de nuestra Diócesis y en el pan y el vino, pongámoslo sobre el altar, para que se unan a la ofrenda de Jesucristo “ persuadidos – como enseña el Concilio - de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros” (SC 42).

Al Padre, por Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, en la Santa Iglesia, toda alabanza y honor, por los siglos de los siglos

18 de marzo – del ciego de nacimiento IV Domingo de Cuaresma

Sea alabado y bendito Jesucristo.Sea por siempre bendito y alabado.Él que es la luz del mundo, el que abre los…

Sea alabado y bendito Jesucristo.
Sea por siempre bendito y alabado.
Él que es la luz del mundo, el que abre los ojos al ciego para que vea la luz, e iluminado pueda creer.
Él, que está glorificado en los cielos, según el designio del Padre y con la potencia del Espíritu Santo, obra y actúa la salvación en la Santa Iglesia.
En este tiempo de Cuaresma va guiando a los elegidos hacia la iniciación plena en los sacramentos en que participarán en la Pascua. Y, al mismo tiempo, a su pueblo de bautizados los invita a la conversión y los guía para que se dejen introducir más y más en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

El Espíritu Santo nos ha ido guiando a lo largo de la cuaresma. El primer domingo se nos proclamó a Cristo tentado y vencedor del tentador, para que tengamos confianza en el combate cristiano. Luego se nos presentó a Cristo transfigurado, para que a la luz de la transfiguración y de su gloria, nos animemos a seguir el camino de la cruz. Luego se nos fue abriendo el misterio de la iniciación en Cristo por el bautismo, al anunciarnos el Señor el agua de vida: si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría un agua que da vida eterna.

Ahora detengámonos en el Evangelio que acaba de ser proclamado. Está en el capítulo 9 de San Juan. Es conveniente que en los próximos días lo escuchemos lentamente, para zambullirnos en él.
Ahora detengámonos sólo en algunos aspectos.
I ) Antes que nada se nos va introduciendo en quién es Jesús.
Aparece, su iniciativa, su gracia: pasó y vio. Dios se hace presente, visita a su pueblo, y poniendo los ojos en el ciego, hace gracia.
Jesús, que se anuncia como luz del mundo va siendo descubierto ante nosotros, parar que seamos iluminados por la luz de la revelación acerca de Jesús mismo.
Nuestra fe es en alguien, es un encuentro con alguien, con Jesús, y es fundamental escuchar y reconocer quién es él.
A lo largo del pasaje, se va revelando. Sobre todo el ciego lo va descubriendo, ese hombre llamado Jesús; luego, por el hecho de la curación reconoce que es un profeta – un hombre de Dios – y por último escucha la proclamación de Jesús:
¿Crees en el hijo del hombre? – Este título, algo difícil, proviene del profeta Daniel: el Hijo del Hombre, es un ser humano, pero que viene de Dios, está sobre las nubes del cielo, lo sirven los ángeles. Es un lenguaje para abrir al misterio de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios.
El ciego es humilde, pregunta: ¿y quién es Señor, para que crea en él?
Jesús se presenta: el que habla contigo.
Y el ciego responde: creo, Señor, y se postró ante él.
La postración, el ponerse de rodillas, rostro en tierra, es el reconocimiento de la divinidad de Jesús. Aquí el ciego ha sido plenamente iluminado, no sólo dejó de ser ciego para ver las realidades sensibles, sino que recibió la luz de la fe, para reconocer a Cristo, y su divinidad.
Es esta la culminación de todo el pasaje evangélico, y hacia donde nos conduce a nosotros el Espíritu Santo: a reconocer a Jesús, a confesarlo con los labios, a adorarlo con la mente y el cuerpo, a proclamar quién es y a vivir dejándonos iluminar por él.

II) El evangelio tiene también como una segunda trama: el de la iniciación cristiana. Todo él tiene un trasfondo de cómo la Iglesia nos inicia, nos introduce en el misterio, es decir, en la real participación de Cristo.
En primer lugar por la predicación. La Iglesia nos proclama a Cristo luz del mundo, y nos lleva a él, para que recibamos la luz de la fe. La Iglesia nos proclama a Cristo resucitado, para que creyendo en él, dejemos que obre en nosotros con la gracia de su pasión y muerte.
Por eso, hemos de iniciarnos y siempre profundizar en la fe de la Iglesia: no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia.
Pero además hay una iniciación sacramental, por las acciones y gestos corporales, unidos a la oración.
Está ese gesto, que para nosotros hijos de la higiene y temerosos nos parece fuerte: hizo barro con la saliva y le untó los ojos. Dos dimensiones tiene este signo: antes que nada el recalcar la humanidad de Cristo. Es por el contacto con su humanidad que somos salvados. La acción de Dios no es mental, no entramos en contacto con él por una idea. No es la encarnación. Es el cuerpo bendito, humilde y glorioso de Jesucristo el que nos da la vida, el que nos abre los ojos. Y ese contacto continúa hoy en los sacramentos en que Cristo obra por medio del cuerpo de su Iglesia: nos toca, nos lava, nos unge, se nos da en comida.
Por otra parte, implica de parte del ciego, la humildad y la obediencia. La humildad de reconocer aún más que no ve. La obediencia de con ese reconocimiento, embarrado, seguir el mandato de Jesús: ve a lavarte a la piscina de Siloé que significa enviado. Fui, me lavé y veo.
Es el sacramento del bautismo, en el que Cristo, el enviado, por su pasión y muerte, nos lava en su Iglesia y nos ilumina. Uno de los nombres del bautismo es el de iluminación.
El texto que escuchamos: Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz, que San Pablo cita, es probablemente un himno bautismal.
Aspiren los catecúmenos a ser iluminados por Cristo, a que les infunda la plenitud de la fe. Para eso oraremos todos enseguida, en los escrutinios, para que por la gracia de Dios tengan la humildad y obediencia del ciego y lleguen a la plena confesión y luz del bautismo.
Al ser bautizados se les preguntara – como Jesús al ciego - ¿crees en el Padre, crees en el Hijo, crees en el Espíritu Santo? Y serán lavados en la fuente bautismal.
Y toda la comunidad de los bautizados en la noche de Pascua, también será interrogada, para que con sus cirios encendidos, proclamen la fe con que fueron iluminados en la Pascua de su bautismo.

III) Hay otra dimensión de la iniciación a la que apunta la primera lectura. Escuchamos como fue elegido David, y ungido por el profeta, recibió el Espíritu Santo. El rito de la unción, es decir, del derramar aceite, expresa que como el aceite penetra en el cuerpo, así penetra Dios, con su Espíritu, para poseer a los que ha tomado para sí, a los consagrados. Así eran ungidos los Sumos Sacerdotes, como Aarón, y los reyes como David.
Ungido, se dice en hebreo ‘Mesías, y en griego ´’Cristo’. Así, pues, los reyes de Israel y los sumos sacerdotes eran ungidos, mesías, cristos. Cuando los reyes y sacerdotes no llevaron al pueblo a vivir la alianza con Dios, los profetas anunciaron que Dios enviaría uno plenamente ungido, consagrado, con el que salvaría a su pueblo. Así ‘mesías’, adquiere su sentido fuerte: el Mesías, el Cristo, el Ungido.
Jesús no fue ungido con aceite, sino con el mismo Espíritu Santo, en plenitud, en su concepción, desciendo luego sobre él en el bautismo, y resucitado con la fuerza del Espíritu es el dador del Espíritu Santo. Porque él es el Ungido, el Mesías, el Cristo, hace partícipe a su pueblo, a su cuerpo de la unción del Espíritu.
Por eso, somos iniciados en la participación del misterio de Cristo, injertados en la Iglesia, cuerpo de Cristo, por el doble sacramento del bautismo y la confirmación. En ambos obra la Santísima Trinidad. En el bautismo el Espíritu Santo, enviado por el Padre por medio de Jesús, nos perdona por dentro los pecados, y nos une a la muerte y resurrección de Jesús, para que muertos al pecado, hechos miembros de Cristo andemos en vida nueva, de fe, esperanza y caridad, hasta la vida eterna. En la confirmación Cristo nos da el Espíritu Santo para participar de la plenitud de la nueva alianza, del desborde de gracia y santidad que él nos ha obtenido. Por eso el sacramento de la confirmación se da por la unción con el santo crisma – el santo ungüento – que es un perfume, para que llenos del Espíritu Santo llevemos por todas partes el buen olor de Cristo.
Queridos catecúmenos: en la noche de pascua serán iluminados por Cristo en el bautismo, nacerán de nuevo del agua y del Espíritu Santo y por la oración del obispo sobre el Santo Crisma serán ungidos para ser miembros plenos del pueblo de reyes y sacerdotes que es la Santa Iglesia.
Hermanos todos, démonos cuenta de qué grandezas somos partícipes y reconociendo nuestra dignidad de bautizados y ungidos llevemos por todas parte el nombre y el buen olor de Cristo.

IV) Hay un último punto que quiero mencionar. Jesús que es luz del mundo, es también juez. Esta realidad es también una buena noticia. Si Jesús es juez, significa que las cosas tienen un sentido, una verdad, y vale la pena buscarla y vivirla.
Pero también es paradójico: si Jesús es juez o entramos bajo la luz de su juicio o no vemos nada.
Por eso Jesús afirma: he venido para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.
¿Quién llega a ver? El ciego que se reconoce ciego, se deja poner barro, obedece y se deja iluminar.
En cambio los que dicen ver, los que se quedan en su juicio, los que no reconocen su ceguera, y no se dejan curar, quedan ciegos.
Fijémonos. La gente que veía al ciego, ve el signo, pero queda ciega, se queda en el comentario exterior: es, no es, se parece. Los padres saben que es su hijo, que nació ciego, y que ahora ve; pero prefieren no meterse para no quedar fuera de la sinagoga. Y, sobre todo, los que saben, los hombres religiosos, los estudiosos, a pesar de los hechos, quedan ciegos, porque están aferrados a su propio juicio.
Y ahora recemos por los catecúmenos antes de participar de la actualización del sacrificio pascual de Jesús, nuestro Ungido, Sumo Sacerdote y Rey, que se ofrece por nuestra salvación y la del mundo entero. Que el Señor nos ilumine a todos.

11 de marzo – III Domingo de Cuaresma la iniciación al don del agua viva

Sea alabado y bendito Jesucristo. r./. sea por siempre bendito y alabado.Él es el profeta, el Mesías, el Salvador del…

Sea alabado y bendito Jesucristo. r./. sea por siempre bendito y alabado.
Él es el profeta, el Mesías, el Salvador del mundo.
 Él nos regala este santo camino cuaresmal. Que es para los catecúmenos el camino que los lleva a la iniciación cristiana, al santo bautismo, la confirmación y la Eucaristía en la Noche de la Santa Pascua.
 La cuaresma que, para los ya introducidos en Cristo y la Iglesia por los sacramentos, es la ocasión propicia para renovarnos en la gracia, a fin de que con verdad podamos proclamar las promesas bautismales en la Vigilia Pascual.
 Jesucristo, que está glorificado junto al Padre, obra con el poder del Santo Espíritu, de un modo principal por la palabra que nos ha sido proclamada. Cuide cada uno lo que el mismo Espíritu les ha dicho. Consérvelo en su corazón y hágalo fructificar.
 Pero, al mismo tiempo, abrámonos a lo que el Señor nos dice. Cumplamos lo que hemos cantado con el salmo: ¡ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón!

I) En la primera lectura se nos recordó cómo el pueblo de Dios fue probado en el desierto, tuvo sed. En el camino de seguimiento de Dios hay prueba, tentación, lucha y combate. Dios no nos dice que todo es fácil y cómodo.
El primer domingo de Cuaresma se nos proclamó a Jesús tentado, probado, y vencedor, para que nosotros creamos en su victoria y confiemos que él vence en nosotros. Y con esa confianza, luchemos,
En concreto el pueblo – sintiendo el hambre - no sólo desesperó de la ayuda de Dios, sino que murmuró – es decir habló por las espaldas de Dios – y quiso tentar, poner a prueba a Dios: a ver, ¿para qué nos sacó de Egipto?. Recordemos que Jesús también tuvo hambre y respondió: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Que Jesús luego respondió al tentador: no tentarás al Señor tu Dios, sino que lo adorarás y solo a él darás culto.

Hemos escuchado el gran pasaje del capítulo IV de San Juan. Es de una riqueza inagotable. Subrayemos algunas líneas.

II) En primer lugar Jesús se nos va revelando, para que lo conozcamos y creamos en él. Así él mismo nos va iniciando, introduciendo en su propio misterio y en la relación con él.
Se presenta como hombre, cansado, sediento. Como predicador generoso entregado a la misión que el Padre le ha encomendado.
Veladamente se va manifestando a la mujer, que nos representa a todos nosotros. Primero ella pregunta si es más que el patriarca Jacob, luego que le diga sus muchos maridos, lo reconoce como profeta, después se revela como el Mesías y, al final, los samaritanos reconocen: nosotros sabemos y hemos visto que tú eres el Salvador del mundo.
Renovemos nosotros, todos y cada uno, nuestra fe en quién es Jesús. Al mismo tiempo renovemos nuestra relación con Él, según él es.
Si es profeta, enviado por Dios, creámosle.
Si es el Mesías, el Rey mediador, unámonos a él.
Si es el Salvador del mundo, dejémonos salvar por él, apreciemos su salvación, obedezcamos al camino de salvación que nos ofrece.

III) Para que entremos en esa relación nueva con él, Jesús nos quiere abrir el corazón, el interés, el deseo, de recibirlo. Así nos inicia afectivamente, en el corazón, para que lo busquemos.
Porque, para que se dé el encuentro con él, no basta con que él venga, es necesario que nosotros lo recibamos. Aún entre nosotros, no basta con que alguien se acerque, no basta con que nos quiera, no es suficiente con que nos traiga un hermoso regalo; es necesario que lo atendamos, que nos dejemos querer, que aceptemos el don.
Por eso, Jesús entabla un diálogo con la samaritana, con nosotros. Jesús nos pide de beber, para que nosotros entregándonos a él, podemos recibirlo. Necesita sacar a la mujer, sacarnos a nosotros, de nosotros mismos, para que tendamos hacia la vida de Dios.
Así, luego agrega: si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua de vida.
Está como suplicando, está pidiéndonos: mira el don, no menosprecies la gracia, deja que en tu corazón crezca el deseo de Dios, para el que fuiste creado y que yo vengo a comunicarte.

IV) La iniciación que Jesús nos hace, incluye la mediación de los símbolos y acciones. Por eso el Maestro a través de los distintos sentidos del agua, nos va iniciando en la vida nueva que él nos regala.
El don que nos trae es el agua de vida. El agua purifica, el agua sacia la sed, el agua da vida. Aquí en boca de Jesús esta agua es la fe, que nos abre a conocerlo y amarlo. Esta agua es el Espíritu Santo, que se nos da como principio de la vida nueva.
Es el agua que brotó de su costado abierto en la cruz, para regar a la ciudad de Dios, para darnos vida nueva en la gracia del bautismo.


V) La palabra que el Espíritu Santo nos ha proclamado se cumple hoy. Aquí y ahora Jesús resucitado, se sienta junto al pozo y nos habla. Tiene sed de nosotros, para saciarnos con sus dones.
Aquí con la palabra brota la vida, la gracia, el agua del Espíritu.
Especialmente la Eucaristía es siempre la fuente y culmen de toda gracia en esta vida. Aquí Cristo nos alimenta y nos da vida, nos comunica el agua del Espíritu y la fe, hace crecer y desarrollar la vida que comenzó en el bautismo y fue plenificada por la unción del Santo Espíritu en la confirmación.
A ustedes, catecúmenas, Jesús les pide: dame a beber agua. No dejen de responderle, sigan su pedido. A ustedes se dirige especialmente, como a la Samaritana: si conocieras el don de Dios, me pedirías tú. Pídanle el agua de vida, pídanle el bautismo, pídanle la fe, pídanle el Espíritu Santo. Pídanle que les haga crecer en la sed de él.
A los que van a la pila bautismal se les aplica especialmente el salmo 41: como la cierva desea las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, Dios mío. Y en muchos bautisterios se representan los ríos de agua viva que brotan de la cruz de Cristo y los cervatillos que van a beber de la fuente.
En seguida todos juntos vamos a orar por ustedes, como la Iglesia ora en toda la tierra, para que el Señor las haga vencer toda tentación, todo desánimo, toda vergüenza, que les impida seguir caminando en el desierto, para que pidan y busquen las verdaderas fuentes de vida.

VI) a todos los ya bautizados se nos exhorta a apreciar y vivir más intensamente el don de Dios. Esta vida nueva la describía San Pablo en la segunda lectura como vida de fe, esperanza, y caridad. Tenemos vida vegetativa, tenemos vida animal – con los sentidos y el movimiento – tenemos vida humana – con la razón y la libertad – pero tenemos la vida nueva que recibimos de Cristo muerto y resucitado, con la donación del Espíritu y la filiación divina, vida cuyos dinamismos propios son la fe en Cristo, la esperanza en el Padre y la vida eterna, la caridad, que es el mismo amor de Dios que ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

Que Jesús que se cansó por nosotros, que se sentó junto al pozo de Jacob, que subió a la cruz, que está sentado glorioso a la derecha del Padre, nos renueve con el agua viva de su Espíritu, y así nos volvamos plenamente adoradores del Padre en Espíritu y verdad. Que el sacrificio de Cristo, del que participamos en la Santa Misa, sea el sacrificio, la ofrenda de nuestro corazón y toda nuestra vida, por medio de Jesucristo, Sacerdote y Cordero inmaculado, para gloria y alabanza del Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

4 de marzo II Domingo de Cuaresma La Transfiguración

 Parroquia de la Sagrada Familia de Sauce  Alabado sea Jesucristo – r./. sea por siempre bendito y alabado. Él que…

 Parroquia de la Sagrada Familia de Sauce

 Alabado sea Jesucristo – r./. sea por siempre bendito y alabado.

Él que está glorificado junto al Padre en los cielos, reúne en el domingo - día del Señor, su día – a su pueblo santo, a su amada esposa la Iglesia, a todos los que han renacido del agua y del Espíritu Santo, para darles vida y vida abundante.

 Esa acción poderosa, vivificante del Rey inmortal, continuamente nos rescata del poder del pecado y de la muerte y nos va introduciendo más y más en Reino del Padre, nos hace partícipes de la nueva vida que nos obtuvo por su muerte y resurrección.

 En este Santo Tiempo de Cuaresma somos convocados a abrirnos más y más a la acción de Cristo, a seguirlo con mayor prontitud, a vivir con él la pascua, el paso de este mundo al Padre.

 He querido tomar como hilo conductor de esta Cuaresma nos movimientos característicos de la existencia cristiana: la conversión y la iniciación.

 (como si fuera un programa de televisión paso un ‘chivo’: las catequesis de los domingos de Cuaresma y las catequesis de los miércoles – todo sobre conversión e iniciación se publican en la página web de la Diócesis).I) Primero la conversión: conviértete y cree en el Evangelio. Gira, ponte detrás de Jesús, entra en el desierto y cambia la mente y el corazón, la esperanza y las obras de tu vida. Esta conversión a Cristo es radical: Dios en Cristo crucificado y resucitado nos rescata y salva: sé de él, ponlo encima de todo. Esta conversión se expresó en el diálogo del Bautismo: renuncias, renuncias, renuncias – crees, crees, crees.Esta conversión radical, dado nuestro carácter histórico, debe renovarse, actualizarse, profundizarse: es lo que expresamos cada noche de la Santa Pascua al renovar las promesas de nuestro bautismo. Renunciar a todo lo que no es de Cristo. Creer en el Padre, el Hijo muerto y resucitado, en el Espíritu Santo, para servir a Dios en la Santa Iglesia.La Cuaresma es tiempo de conversión.

II) El segundo movimiento característico de la existencia cristiana es la iniciación. No se trata de un comienzo – el comienzo es siempre la conversión -, sino el ser introducido, el irse metiendo, el ir participando de algo nuevo, en el que creemos, pero que no es nuestro. La conversión nos lleva a la iniciación en el misterio de Cristo y de la Iglesia, el ir participando con la mente, con el corazón, con nuestras obras de algo nuevo de Cristo mismo. De esta manera vamos siendo transformados en hombres nuevos.

Esta iniciación la lleva a cabo la Trinidad es pura gracia. Y la hace en la Iglesia, para que se dé lo que San Pablo nos dice y hemos tomado como guía de la cuaresma: para conocerlo a Cristo, la eficacia de su resurrección y la comunión con sus padecimientos. La iniciación es dejar que Cristo viva en nosotros y nosotros en él.

III) El Domingo I de Cuaresma esta inserción en Cristo, se nos presentaba como participación en el combate de sus tentaciones, para también tener participación en su victoria. La vida cristiana es combate – para ello se nos unge en el bautismo con el óleo de los catecúmenos – para poder triunfar con la gracia de Cristo. Así la prueba, la tentación, es parte del camino de iniciación. Por eso también, la Iglesia ora por sus catecúmenos especialmente en este tiempo de Cuaresma – en los llamados escrutinios – que son oraciones propias de los domingos III, IV y V para que los catecúmenos venzan en las pruebas y salgan victoriosos con Cristo. ¡Cristo venció el pecado, el tentador y la muerte! Pongámonos de su lado, y unir con él en la victoria sobre el pecado, el mundo y la carne.Para renovarse en este combate un grupo de personas de esta comunidad ha leído y meditado las cartas del Apocalipsis. ‘Vuelve al amor primero’. Todo el Apocalipsis es para que la comunidad se renueve en este combate y venza.IV) Hoy se nos ha presentado a Cristo Transfigurado, transformado. Jesús, aún en carne mortal, se manifiesta glorioso. Su divinidad se transparenta en luz en su propia cuerpo. ¡Dejémonos iluminar por él!Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna. Nuestra conversión cristiana es elegir la luz y abandonar las tinieblas. Y este mismo juicio - ¿qué es luz y qué es tiniebla? – no queda a nuestro juicio de pecadores, sino es someternos a la luz, obedecer la Verdad de Dios. Cristo es luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

Cristo es verdadero Dios, está atestiguado por su propia luz de Hijo de Dios. ¡dejémonos iluminar por él!

Está en la nube luminosa del Espíritu Santo: ¡dejémonos introducir en la nube que revela los misterios de Dios.La voz de Dios que nos dice que éste es su Hijo amado, su propia palabra eterna. ¡Escuchémoslo! Pero escuchémoslo como es: la verdad, el Señor, la luz y convirtámonos a dejarnos iluminar totalmente por él.

¡Cristianos! A nosotros nos ilumina la Santísima Trinidad. Convirtámonos a la luz, dejémonos iluminar por Cristo, tanto en la mente, como en las opciones de nuestro corazón, como en nuestra vida.

Esta luz trinitaria, que resplandece en Cristo, verdadero Dios, se nos da a conocer en su humanidad de verdadero hombre. Es por la humanidad de Jesús, por sus palabras, sus acciones, sus obras, que somos iluminados y adentrados en el reino de la luz. 

Especialmente nos ilumina el Señor resucitado y glorioso con la luz de su bienaventurada pasión y muerte. La transfiguración del Señor adelanta la gloria de la resurrección para que nos dejemos iluminar por el camino de su pasión y muerte: Cristo resucitado, que ha vencido a la muerte y nos hace partícipes de su vida inmortal, nos ilumina con su pasión que es camino para la resurrección.

IV) Contemplemos nuevamente lo que el Espíritu Santo nos ha proclamado. Jesús no se transforma ni se revela solo. Están Moisés y Elías conversando con él y el llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan. 

Jesús, que es luz, se revela y se comunica a su pueblo y por medio de su pueblo. Él único pueblo de Dios, que es Israel, que es la Santa Iglesia fundada sobre los apóstoles.

Solamente en la Iglesia y por la Iglesia somos iniciados, somos introducidos en la luz de Cristo y transformados en él.

La iniciación en el misterio de Cristo y de la Iglesia, el pasaje de las tinieblas a la luz admirable del Reino del Hijo, el abandono del primer Adán al segundo Adán, se realiza en la Iglesia, comenzada en la creación y llevada a plenitud por Cristo y sus Apóstoles.

Esto sucede en lo alto del monte. Es en la Iglesia en que subimos a lo alto para encontrarnos con Cristo. Que nos llama – y especialmente en la Cuaresma – a buscar los bienes de arriba donde está Cristo con Dios. ¡Subamos con él! Dejémonos conducir a lo alto. Soltemos las ataduras de nuestras propias intenciones y aceptemos que el Señor nos tome consigo y nos lleve a lo alto.

Es en la Iglesia en que se nos abren los tesoros de las Sagradas Escrituras, tanto de la Primera Alianza – los Salmos, Moisés y los profetas – como de la Alianza Eterna – representada en los Santos Apóstoles, testigos del Evangelio. ¡Seamos dóciles a la escucha de la Palabra, a la predicación de la Iglesia, al testimonio de los santos! Es en la Iglesia que entramos en la nube del Espíritu. Donde está la Iglesia está el Espíritu Santo y toda gracia.

Es en y por la Iglesia, que habla Cristo, la cabeza por su cuerpo. La Iglesia que recibió el mandato de Jesús a los apóstoles: vayan y prediquen el Evangelio, enseñen a cumplir todo lo que les he mandado.

En la Iglesia por la predicación apostólica viva, por la oración de la Iglesia, por los santos sacramentos vamos siendo iniciados en la luz pascual de Cristo muerto y resucitado.En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia va terminando de iniciar a los catecúmenos en la novedad de Cristo. En el tiempo de Cuaresma toda la comunidad de los bautizados profundiza su iniciación en Cristo.

Nos lo anuncia San Pablo en su carta: Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora esta gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal. 

V) Para eso, él nos salvó y nos llamó a una vida santa. Porque la iniciación es a una vida con Cristo, transfigurada, transformada.

La iniciación cristiana que se basa en la palabra y en los santos misterios se hace vida en el seguimiento personal.

Así si el pecado de Adán, y nuestro pecado, debe unirse a la victoria de Cristo en la tentación, el dejarnos iluminar por Cristo resucitado, para unirnos al camino de su pasión lo aprendemos hoy del testimonio de nuestro padre en la fe: Abrahán.

Abrahán se apoyó sólo en la Palabra de Dios, para dejar todo lo que para él era conocido, seguro: ‘sal de tu tierra y de la casa de tu padre’. Creyó en la promesa, se dejó iluminar por ella, para abandonar todo e ir tras Dios. Realizó la palabra divina, por la obediencia, escuchó obedeciendo: Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

Este es el comienzo del largo camino de iniciación en la fe del patriarca Abrahán. Va a ser probado muchas veces, hasta el sacrificio del propio hijo. Va a vencer siempre porque se dejó iluminar por la Palabra, porque creyó en la fidelidad de Dios, porque obedeció. Así Abrahán, nuestro padre en la fe, representa a todo creyente que en su propia oscuridad, se deja iluminar y así transformar por Dios.

VI) Mis hermanos: hoy aquí ante nosotros Jesús se transfigura. El testimonio del Espíritu Santo en las Divinas Escrituras y en la predicación de la Iglesia nos lo atestiguan.

Aquí en la Iglesia reunida, en la casa de la Iglesia, subimos al monte santo. Aquí Cristo nos ilumina con su luz inmortal. Aquí nos testifica por medio de Moisés, Elías y los Santos Apóstoles suyos. Aquí entramos en la nube divina del Espíritu que revela y oculta. Aquí oímos y obedecemos la voz del Padre: Este mi Hijo, amado, ¡escúchenlo! Aquí exclamamos con Pedro: ¡qué bueno es estar aquí! Aquí Jesús resucitado hace presente la gloria de su pasión, en esta presencia del sacrificio de la Cruz. Aquí nos unimos a Cristo crucificado, para morir con él y resucitar con él. Aquí con Abraham, los patriarcas y todos los santos dejamos nuestra tierra y la casa paterna, para dejarnos introducir en la herencia de los santos, en la Jerusalén del cielo, en la morada del Padre. 

También José hubo de crecer en su fe. El que no era padre según la carne, llegó a ser padre de Jesús según la gracia, pasando por la oscuridad, la obediencia y la entrega, como su padre Abrahán. 

También María tuvo que hacer su peregrinación en la fe. Por la obediencia, por el despojamiento y la entrega, hasta el pie de la cruz, en la efusión del Espíritu.

Que ellos nos acerquen a Jesús. Él siendo el Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Y probado en todo, fue perfeccionado, acabado por su sufrimiento como nuestro sumo sacerdote y cabeza. Él nos conceda su luz, la escucha de su palabra, para conocerlo a él, la eficacia de su resurrección y la comunión con sus padecimientos. El que vive y reina por los siglos de los siglos.

26 de febrero: I domingo de Cuaresma- Fé -Conversión -Iniciación

Parroquia San Francisco de Así de Empalme Nicolich. Sea alabado Jesucristo. Sea por siempre bendito y alabado.Él que siendo Hijo…

Parroquia San Francisco de Así de Empalme Nicolich.

Sea alabado Jesucristo. Sea por siempre bendito y alabado.
Él que siendo Hijo Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, quiso hacerse hombre, para restaurar lo que Adán había perdido, para restaurar su imagen en cada uno de nosotros y conducirnos al Padre.

Él que está sentado glorioso a la derecha del Padre, obra, actúa reina en su pueblo que es la Santa Iglesia, para hacernos participar de su victoria pascual, la que él obtuvo por su bienaventurada pasión y gloriosa resurrección.
Por su palabra poderosa y por sus acciones salvadoras, especialmente por los sacramentos, actúa Jesucristo con la fuerza del Espíritu Santo, para rescatarnos, transformarnos, divinizarnos, hacernos hijos de Dios y ciudadanos de la Jerusalén del cielo.

Este poder transformador de Cristo se manifiesta de un modo particular en este santo tiempo de Cuaresma, que él mismo santificó en el desierto.

I - La Cuaresma nos invita y nos desafía a renovar nuestra fe, con todo su contenido, con toda su verdad, con todas sus consecuencias:
- Dios nos ha creado a su imagen, para participar de él, y debemos dar gracias por ser creados.
- pero también el pecado y la muerte nos destruyen, nos desfiguran, nos esclavizan: necesitamos ser salvados. Es la realidad que escuchamos en la primera lectura: la humanidad apartada de Dios por el pecado y la muerte. Por eso, también hemos clamado con el salmo: misericordia, Señor, hemos pecado.

- A su vez se nos proclama, se nos grita el Evangelio
- Dios nos ha enviado a Jesús, su Hijo encarnado, como salvador. El antiguo Adán, el hombre pecador, la humanidad esclava y mortal, es rescatada por el nuevo Adán, Cristo, por su obediencia y su muerte en Cruz. Podemos salir del pecado que esclaviza al mundo entero y entrar en el reino del perdón y la gracia de Cristo, para participar de su justicia, de su santidad, de su vida.
Por eso la muerte de Cristo en la cruz y su resurrección son nuestra única esperanza para lo que realmente importa.

Este anuncio es para que respondamos con la fe en la obra salvadora del amor de Dios. Una fe que pide la conversión de la mente y del corazón.
Así la Cuaresma es tiempo de conversión de la mente, de acuerdo al Evangelio: conviértete y cree en el Evangelio. ¿Es Jesús nuestra esperanza? ¿Creemos en él, amándolo sobre todo y buscándolo? ¿Valoramos las cosas, según Jesús las valora?
Creer en la salvación de Dios significa que valoremos ese don, el perdón de los pecados, la vida eterna, la reconciliación con Dios, la muerte de Jesús y el don del Espíritu Santo. Y al mismo tiempo queramos abrirnos al don de la vida en Cristo, buscándolo, siguiéndolo, dejándonos unir con él, para que Él viva en nosotros y nosotros en él.

II - Así la fe debe llevar a un cambio de mente, de corazón y de vida. Este cambio es imposible para nosotros, pero no para Dios. Por eso también esta conversión poner la confianza en Dios y su palabra, para seguirlo, para obedecerlo, para dejarnos salvar.
Él nos la da la nueva vida, por la predicación de la Palabra de Dios, escuchada con humildad y obediencia, pon la oración de la Iglesia, y especialmente por los sacramentos.
Por eso la Cuaresma es la última etapa de preparación para recibir el bautismo y la confirmación, de los catecúmenos que se han ido disponiendo a ellos, por la catequesis, la oración, la conversión de la vida.
Y al mismo tiempo, la Cuaresma es el tiempo en el que los fieles, los ya bautizados tenemos que abrirnos a la gracia del bautismo, convertirnos a lo que Dios ha hecho en nosotros, buscar lo que Dios quiere de nosotros.

III - El camino de la conversión cristiana, que vamos recordando: reconocimiento humilde de la necesidad de ser salvados, de nuestra condición pecadora; reconocimiento agradecido del don de la muerte de Cristo, apertura al don de Cristo muerto y resucitado por la Palabra de Dios y los sacramentos, es también un camino de ir dejándonos meter en Cristo mismo. Así si imitamos y participamos del viejo Adán, imitemos y participemos del nuevo Adán.
En este sentido hay que hablar de iniciación cristiana, iniciación en el misterio de Cristo y de su Iglesia.
Ser iniciado en algo, es ser introducido, entrar en mundo nuevo, ir aprendiendo, e irse reconociendo en él. Algo así pasa cuando empezamos un curso de algo, o cuando comenzamos un empleo nuevo: no estamos bien ubicados, no sabemos usar las cosas, vamos aprendiendo el lugar, las costumbres, las personas, los hábitos, el proceso. También somos iniciados, cuando nos hacemos amigos de alguien, o más aún en un noviazgo serio: se nos introduce en la nueva familia…
La vida cristiana es una iniciación, porque nosotros no sabemos qué es ser hijos de Dios, nosotros no podemos por nosotros mismos ser semejantes a Cristo, nosotros ni siquiera tenemos el lenguaje para hablarle a Dios, menos aún para realizar sus obras.
Para eso, Cristo deja su Iglesia: en ella somos iniciados en la Palabra de Dios, en la oración, en el seguimiento de Cristo, en el ejemplo de los santos.
Más aún, no sólo con palabras y ejemplos, sino con la acción de Cristo y del Espíritu Santo. Especialmente la Palabra predicada, el Bautismo en Cristo muerto y resucitado, la Confirmación con el sello del Espíritu, el Santo Sacrificio de Cristo en la Misa, nos acciones de Cristo y de la Iglesia que nos meten en Cristo, que nos hacen suyos y a El nuestro.
La iniciación cristiana es don de Dios, acción de la Iglesia, y trabajo del que es llamado.
Ese camino de iniciación: tiene su novedad total en esos sacramentos de la iniciación cristiana. Pero, al mismo tiempo, son un camino permanente, una iniciación renovada. ¿Porque quién está tan iniciado que solamente piense, sienta, quiera, haga como Jesús?

IV - Por ello cada año, el primer Domingo de Cuaresma, escuchamos cómo el Espíritu Santo nos introduce en las acciones de Jesús, para que seamos iniciados en el combate cristiano, para que ahondemos en él, para que seamos vencedores, partícipes de la victoria de Cristo.
Muy rápidamente evoco las tres tentaciones, para que cada uno se vea en ellas, y se una a Cristo, por la oración, por la obediencia, por la renuncia, a fin de vivir.
Las tentaciones son siempre para separarnos de la voluntad del Padre, en la mente y en la voluntad, y hacernos esclavos del demonio, de nosotros mismos, de nuestra vanidad.
La primera tentación, proviene del hambre, es decir, de nuestras necesidades. Necesidades verdaderas, legítimas, del cuerpo, del alma. Que no está mal que saciemos según la voluntad del Padre, pero que se vuelven tentación en cuanto las juzgamos más importantes que Dios mismo y que ser sus hijos. ¡Ahí está el engaño! No es verdad que lo principal sea satisfacer nuestras necesidades. No. Lo principal es ser hijos de Dios y vivir según ello. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
La segunda tentación proviene de la religión. La religión es buena, ¿no? Pero podemos vivirla como un instrumento para buscarnos a nosotros mismos. También desvirtuamos la religión, cuando pretendemos que Dios tiene que hacer lo que queremos nosotros: esto es tentar a Dios, dudando de su amor, si no hace lo que queremos. Jesús contesta: no tentarás al Señor tu Dios. No poner a prueba a Dios.
La tercera tentación es la del poder, los placeres. Todos somos tentados por el poder, el placer, la riqueza, la satisfacción de los sentidos. Es lo que vemos todo el tiempo, es lo que se nos dice y frecuentemente decimos. Así damos culto, nos entregamos, ponemos al dinero, al placer, al orgullo, por encima del acatamiento y la obediencia de Dios. Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto.
La cuaresma es para iniciarnos en Cristo, para profundizar en Cristo, combatiendo con él al tentador, para salir victoriosos. Para morir al viejo Adán y resucitar ya a la vida nueva con Cristo.
La Eucaristía, la Misa es la victoria de Jesús: su muerte para el perdón de los pecados y su resurrección para darnos la vida nueva y eterna en el Espíritu Santo. Quiera él movernos para que él viva y venza en nosotros y venga a nosotros para que adoremos al Padre y le demos culto en la Misa y en toda nuestra vida, por medio de Jesucristo, en la comunión del Espíritu, en la Santa Iglesia, por los siglos de los siglos. Amén.

Miércoles de Cenizas

“Para conocerlo a Él, la eficacia de su resurrección y la comunión con su muerte” (Ef. 3,10). Sea alabado y…

“Para conocerlo a Él, la eficacia de su resurrección y la comunión con su muerte” (Ef. 3,10).

Sea alabado y bendito Jesucristo r.sea por siempre bendito y alabado.


Bendito sea Dios, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación (cf. 2 Cor. 1,3-5).
I) Así la Cuaresma es un tiempo de consuelo y consolación.


El Padre nos otorga este tiempo de gracia, para renovarnos por medio la sangre preciosa de su Hijo y por el don vivificante del Espíritu Santo.
Él obra en y por su Santa Iglesia, el pueblo de su propiedad, el Cuerpo de Cristo, para llamar a la reconciliación y a la vida, para comunicar el perdón y la paz.
Todos necesitamos ser consolados por Dios, por su Palabra, por su Espíritu, por su perdón, por su fuerza.


El Santo Tiempo de Cuaresma, hace presente de modo intenso la proclamación de Jesús, el anuncio de su palabra de gracia, su Evangelio: el Reino de Dios, Dios Rey, se ha acercado. Es decir, Dios está junto a nosotros y viene a reinar con el perdón, la resurrección y la vida.
De aquí la invitación de Jesús: conviértanse y crean en el Evangelio. Crean reconociendo que es la verdad, crean dejándose tomar por él, crean dejándose reconciliar con Dios.


II) La Cuaresma es tiempo de Conversión: conversión es girar para orientarnos hacia Dios, dirigirnos hacia él. Conversión es cambiar de mente y de corazón, dejándonos iluminar por el amor de Dios entregado en Cristo. La conversión pide abandonar los apegos a las creaturas, a la vaciedad, para volvernos al Creador, Padre y Salvador.
Nosotros, al oír conversión, en general, pensamos primero en lo que tenemos que hacer. Sin embargo, convertirnos es antes que nada dejarnos querer, dejarnos reconciliar, reconocer de tal modo el amor de Dios, que nos rindamos a ese amor, a sus palabras, a sus gestos, a la comunión con él.


Es la palabra que el Espíritu Santo nos dirige hoy por boca de San Pablo, retomada por la predicación de la Iglesia: ‘en nombre de Cristo les pedimos, les suplicamos: ¡déjense reconciliar con Dios! ¡déjense perdonar¡ ¡déjense santificar¡ ¡déjense querer por el Padre!
El comienzo de la conversión es dejarnos abrazar por Dios. Quien necesite abandonarse en el Padre. Quien requiera el consuelo. Quien sienta el dolor de sus pecados y su propia miseria. Quien esté enamorado de Cristo. Probablemente con un poco de todo esto: ¡déjate reconciliar por Dios y con Él.

III) La conversión cristiana es un dejarse adentrar en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Es un dejarse iniciar en algo que no conocemos plenamente, que vislumbramos. Por eso la Cuaresma es también iniciación.
La iniciación es dejarse introducir, ir descubriendo, dejándose tomar por Cristo, creciendo en la comunión con él. Con las palabras de San Pablo que hemos tomado como guía para nuestra cuaresma diocesana: “Para conocerlo a Él, la eficacia de su resurrección y la comunión con su muerte” (Ef. 3,10).


Conocer en el lenguaje de las Sagradas Escrituras, es saber, pero también es comprender, y también, cuando se trata de personas es unirse, entrar en comunión, participar. Por ello, conocer a Jesús, es ser discípulo, seguirlo, quererlo, dejar que Él viva en el corazón, la mente, las acciones, el alma y el cuerpo, la vida, la muerte y la eternidad.
Lo conocemos dejando que él obre en nosotros por la eficaciá de su resurrección. El Padre le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Sentado y glorificado junto al Padre, obra, reina, actúa, con el poder de la verdad y el amor, con el perdón de los pecados y la santificación, sanando y dando parte en su victoria. Realiza esa eficacia con la fuerza del Espíritu Santo.
El mayor conocimiento de Cristo, la mayor eficacia de su resurrección es la comunión con su muerte: morir con él al pecado, a nuestra propia voluntad, para ser libres haciendo la voluntad del Padre: entregándonos con Él al Padre.


IV) La conversión que nos mete en esta iniciación en el misterio de Cristo, Él la hace en y por la Iglesia, su Esposa, su Cuerpo. Por la predicación de la Iglesia, por los santos misterios sacramentales.


Por eso, la conversión lleva a la iniciación por la Palabra y por los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo en la muerte y resurrección de Cristo, la Confirmación con el sello y la unción del Espíritu, la comunión con su sacrificio pascual en la Santa Misa.
La iniciación es, como lo escuchámbamos, el domingo pasado: cada vez más decirle amén por Cristo al Padre, para su gloria.


La iniciación al misterio de Cristo, que se funda siempre en la escucha del Evangelio, que es participación en la muerte y resurrección de Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo se actualiza en cada Eucaristía, en la comunión sacramental, obediente, libre, entregada, con la pasión del Señor, por la fuerza de su resurrección.

V) El tiempo de Cuaresma es el que acompaña a los nuevos discípulos y los va iniciando en el misterio de Cristo y de la Iglesia, para culminar con los sacramentos de la Iniciación Cristiana en la Noche de la Santa Pascua. Toda la comunidad eclesial, todos nosotros, estamos comprometidos a acompañar a los hermanos que en el mundo entero son iniciados en Cristo.


En el tiempo de Cuaresma, los que ya participamos de Cristo y de la Iglesia hemos de renovarnos en los misterios que nos dieron nueva vida. Volvemos a escuchar el llamado a la conversión, hemos de profundizar en nuestra realidad de sumergidos en la muerte de Cristo, de renacidos a una vida nueva, llevada por el Espíritu, hemos de ser cada vez más uno con el amén de Cristo al Padre hasta la entrega total de nosotros mismos.
VI) Para esto, también la Cuaresma es tiempo de ejercicios, de esfuerzos, de acciones, como lo hemos escuchado en el Santo Evangelio: escucha de la Palabra y oración, penitencia y ayuno, caridad y entrega. Acciones hechas con humildad y sinceridad, ante el Padre y para agradar al Padre. No cabizbajos, sino alegres por el llamado del Señor. Ejercicios que han de ser siempre participación en la cruz de Cristo, en su obediencia a Padre, en su despojamiento, en su entrega sacrificia, en su amor sin límites al Padre y a los hermanos: habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin.


VI) El gesto de la ceniza que vamos a recibir expresa el don que el Señor nos hace al convocarnos a la Santa Cuaresma y también nuestra recepción del don, con el compromiso de caminar juntos en estos santos ejercicios cuaresmales.
Recuerda que eres polvo y al polvo volverás. Nos pone en el camino de la humildad y dela verdad. Quitando toda vanidad y soberbia, toda necedad, para volver al Señor.


Conviértete y cree en el Evangelio. Convirtámonos al Señor, creamos en su amor, dejémonos reconciliar con él, sigamos su camino, seamos mejores discípulos, para conocerlo a Él, la eficacia de su resurrección y la comunión con sus padecimientos.
Por la intercesión de la Inmaculada Virgen María, de los Santos Apóstoles y todos los santos que hemos invocado en nuestra procesión penitencial, quiera concedernos el Padre concedernos la gracia del Espíritu Santo, por su Hijo Cristo, que nos amó hasta el extremo, para que los hombres vengan a beber el agua de la vida en la Santa Iglesia, y sea glorificada la Santísima Trinidad en los ángeles y todas las creaturas, por los siglos de los siglos.

Amén.

5 de febrero: V del Tiempo Ordinario

El pasaje evangélico que hoy se proclama completa el del Domingo pasado. En realidad con el texto del Domingo IV…

El pasaje evangélico que hoy se proclama completa el del Domingo pasado. En realidad con el texto del Domingo IV y V, en el ciclo B (Mc.1,21-28 y 1, 29-39), San Marcos nos da un cuadro general de la actividad de Jesús que hace presente el Reino o Reinado de Dios, con su palabra y sus actos.
El día sábado, Jesús en la Sinagoga enseña con autoridad y expulsa demonios: hace presente la palabra actuante y salvadora de Dios, para que se abran al reinado de Dios (21-28). Saliendo de la sinagoga de Cafarnaúm, fue a la casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan, y curó a la suegra de Simón, que luego lo servía. A la tarde (es decir, cuando en la caída del sol terminaba el sábado), le trajeron muchos enfermos y los curaba, así como sanaba a endemoniados. En la madrugada se retira a orar solo, y, luego que lo encuentren los discípulos, se va a otras partes a predicar, porque para eso ha venido al mundo.
Jesús ha venido para predicar el Evangelio del Reino de Dios y hacerlo presente por sus acciones salvadoras: ese es la misión que el Padre le ha encomendado, con la fuerza del Espíritu. Esta misión culminará en la palabra definitiva y la acción redentora por excelencia: la pasión, muerte y resurrección.
Esta Palabra nos hace hacer memoria de lo que Jesús realizaba ‘en aquel tiempo’ de gracia. Y, al mismo tiempo, nos proclama lo que Jesús, resucitado y glorificado en los cielos, realiza hoy en este tiempo de gracia. Hoy Jesús nos anuncia que Dios viene a reinar en nosotros y nos habla con palabra de autoridad, sanándonos, curándonos, y nos invita a creer en él, a confiar en él, a dejarlo actuar al Padre por medio de su Hijo y Mesías.
Todos somos enfermos, en el cuerpo, sujetos a la muerte, propia y ajena. La vida es bella, con los dones de Dios, pero siempre está la enfermedad, el dolor, la muerte, presente en ella. Si no somos cínicos, debemos reconocerlo y asumirlo. Todos somos endemoniados, de una u otra forma, acechados por el dominio de los demonios: de la envidia, de la soberbia, de la avaricia, del rencor, de la vanidad… “Todos pecamos y estamos privados de la gloria de Dios”. A todos hoy Jesús viene a salvar, sanar, curar.
La curación definitiva es la resurrección de la carne y la vida eterna, que Jesús nos ha obtenido por su muerte y resurrección. Sólo así, en su venida gloriosa, no habrá muerte ni dolor, pecado ni tiniebla alguna, sino la vida del mundo futuro, junto al Padre, con Cristo, en el río de gracia del Espíritu.
Pero ya ahora, Jesús, el Hijo, el Mesías, obra en su Iglesia. En y por la Iglesia anuncia la palabra de la verdad, nos libera de la mentira, del engaño, del odio y del rencor. En la Iglesia nos cura de la enfermedad, sea que cure la misma enfermedad, sea que nos dé la confianza y esperanza para vencer la desesperanza y la amargura, sea que nos enardezca en el amor a Dios para entregarle el mismo sufrimiento y la misma muerte. En la Iglesia obra Cristo por la predica

ción y los sacramentos: nos da el perdón, nos rescata de la muerte, nos hace hombres nuevos, nos da parte en su inmortalidad.
Sobre todo la Eucaristía es la acción presente de Jesús, que hablaba y sanaba en Cafarnaúm, de Jesús que vendrá como juez de vivos y muertos y su reino no tendrá fin. La Eucaristía, con la proclamación de la palabra con la fuerza del Espíritu y con la acción del sacrificio de Cristo, con su sangre derramada para el perdón de los pecados, vence continuamente el pecado y la muerte.
Se nos invita a creer y dejar actuar a Jesús. Se nos llama a unirnos a su oración y entrega. Abrámonos a la predicación de la Iglesia y a las acciones de Cristo en su Iglesia: los santos sacramentos de la fe.
Se nos envía – como Iglesia que somos – a ser instrumentos, presencia de Jesús que predica hoy. Como lo escuchamos en el testimonio de San Pablo: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
La acción de la Iglesia es esta: ser voz de Cristo, se brazo de Jesús por el que cure la fiebre y levante de la cama, para que el enfermo curado se ponga a servirlo.
Jesús se retiró temprano en la mañana para orar. Esto nos muestra el núcleo de la persona de Jesús y de su actuar: su unión única con el Padre, en el silencio. Él también nos hace partícipe de este núcleo: todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Jesús nos hace hijos en él.
Por eso, también, la mayor participación de la misa es el silencio: dejar que Jesús nos tome el corazón y nos introduzca en su unión con el Padre.

Estaban admirados por la palabra de Jesús

ESTABAN ADMIRADOS POR LA PALABRA DE JESÚS, PORQUE HABLABA CON AUTORIDAD      El Santo Evangelio nos muestra a Jesús predicando.…
ESTABAN ADMIRADOS POR LA PALABRA DE JESÚS, PORQUE HABLABA CON AUTORIDAD
   
 El Santo Evangelio nos muestra a Jesús predicando. Su palabra anuncia que Dios se ha acercado a los hombres, para reinar: el Reinado de Dios se ha acercado, es decir, Dios, Rey entra más plenamente en la historia de los hombres.
 Cuando Dios reina, ejerce su influjo, actúa, obra. Reina Dios en la creación, haciéndola existir, según la sabiduría de su Hijo, su Verbo o Palabra, con el dinamismo del Espíritu que a todo da unidad. Así los seres existen, cada uno con su verdad, con su especificidad de ser y actuar, y,al mismo tiempo, forman un conjunto orgánico, el Universo, el Cosmos.
 Pero, Dios reina especialmente en los hombres, por la verdad que pueden alcanzar con su razón, por el deber que pueden percibir en su conciencia, con la bien que pueden elegir, seguir y poseer por su libertad. Más aún Dios reina revelándose a los hombres y llamándolos a la vida de comunión en su verdad y su amor.
 Jesús hablaba con autoridad. No con la autoridad del que grita, porque no tiene la ‘autoridad’ de la convicción y la luz, y quiere imponerse por la violencia, sea del grito, sea de la fuerza exterior. La autoridad de Jesús es la misma verdad, que hace presente el reinado del Padre, su llamado, su invitación, su perdón y su gracia.
Los auditores de Jesús, entonces y ahora, recononcen la autoridad de quien es el camino, la verdad y la vida. Reconocer su autoridad es creer que en Jesús el reinar de Dios viene a nosotros. Creer en él es querer aceptar que reine y valorar que su reinar es el sentido de la existencia. La obediencia de la fe a la Palabra de Jesús es el reinado de Dios en nosotros, es dejarnos iluminar, es la fuente de la victoria sobre el pecado, el sinsentido, la muerte.
La Iglesia, en su predicación y testimonio, hace presente el hablar de autoridad de Jesús, el Señor. Es verdad que su testimonio con frecuencia está oscurecido por la incoherencia relativa entre la Palabra proclamada y los actos de los cristianos. Es verdad que no siempre se sabe hacer presente toda la potencia de la Palabra de Dios. Pero también es verdad que el testimonio de los santos, tanto de los grandes testigos, como de muchos cristianos en su vida cotidiana muestra el poder del reinado de Dios por su palabra: cada vez que aman y sirven, cada vez que reconocen el pecado y se arrepienten, buscando la palabra del perdón en los sacramentos, cada vez que perdonan, y, sobre todo, cada vez que se muere a la voluntad propia para dejar que reina la voluntad del Padre.
La Palabra de autoridad de Jesús brilla en la palabra de la Iglesia. La predicación de la Iglesia molesta cuando no dice lo que los hombres de cada época quieren oír y reclama el reinado de Dios en la vida de los hombres: la subordinación del hombre al reinado de Dios, el respeto de las leyes de Dios en la existencia, el valor de la vida humana por encima de los deseos de los hombres, el sentido de la sexualidad, el placer, la procreación, el cuerpo y su donación, el matrimonio. Muchos se alegran porque haya en el mundo una palabra de luz y de verdad, más allá de lo que esté de moda. Muchos se fastidian y se enojan, y salen reclamar que la Iglesia se calle, porque los Estados nos son confesionales, y porque hay libertad a hacer lo que cada uno quiere. ¿Por qué entonces enojarse de que la Iglesia, por sus pastores y por sus diferentes miembros, tenga la libertad de proclamar la ley de Dios? ¿Por qué fastidiarse porque dé argumentos razonables para defender el derecho del niño que aún no ha nacido – y que por cierto no es una parte del cuerpo de la madre, aunque esté en él – o la santidad del matrimonio y el deber de fidelidad e indisolubilidad del pacto matrimonial.
En fin, hoy mismo, Jesús habla con autoridad en su Iglesia, sujeta a él y no a la voluntad de los hombres. Así abre a la libertad de creer, de reconocer la verdad, la libertad de fundar la vida humana en el acto de aceptar el reinado real de Dios.
Este acontecimiento, sucede en la proclamación de la Palabra en la predicación de la Iglesia, en la realización del poder de la Palabra en el acto sacramental, principalmente en el Sacrificio de la Misa. Este acontecimiento abre el corazón de cada hombre al reinado de Dios y a la aceptación de él por la obediencia de la fe.

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