Homilías 2011

27 de febrero: En la Santa Misa de Apertura del año Jubilar Diocesano

HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE APERTURA DEL AÑO JUBILAR DIOCESANO.  Catedral Ntra. Señora de Guadalupe, Canelones, 27 de febrero…

HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE APERTURA DEL AÑO JUBILAR DIOCESANO. 

Catedral Ntra. Señora de Guadalupe, Canelones, 27 de febrero de 2011.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo, con toda clase de bienes del Espíritu en los cielos (Ef.1,3).

Con él,  bendito y alabado sea Jesucristo, presente en su Santa Iglesia.

            r./. sea por siempre bendito y alabado.

 

Y a ti, Iglesia de Dios que está en Canelones, que  bendices agradecida a tu hacedor, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro,[1] a todos ustedes, gracia y paz de parte de «Aquel que es, que era y que vendrá», de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén[2].

Mis queridos hermanos, como cada semana en el día Domingo, estamos convocados, , por Jesús, Señor de la gloria, ministro del santuario verdadero, Sumo y Eterno sacerdote que intercede ante el Padre en los cielos, porque somos el pueblo de su propiedad, pueblo de reyes y sacerdotes, asamblea santa, pueblo de Dios, consagrado para bendecir a nuestro Dios y Señor.

Pero éste día del Señor, tiene su hondura particular. Estamos comenzando el Año Jubilar de oro de esta Iglesia de Canelones. Hemos sido congregados para empezar juntos este camino, antes que nada para reconocer la obra de Dios en esta Iglesia, que agradece la gracia de haber sido enriquecida con todos los dones que la constituyen como una Iglesia particular y haber vivido como tal en el último medio siglo. Reunidos desde los cuatro puntos cardinales de Canelones en su Santa Iglesia Catedral, vivimos el don de esta Iglesia local.

I. La Iglesia: obra maravillosa de la Trinidad.

Por eso, hoy, en primer lugar, hemos de renovar nuestra fe en la Iglesia, para contemplar y celebrar la obra maravillosa de la Santísima Trinidad, que es la Santa Iglesia.

En la profesión de fe, en el Credo, confesamos y reconocemos al único Dios que se nos ha revelado como Padre, con su Hijo unigénito en la unidad del Espíritu Santo. Proclamamos la gloria de Dios Padre creador de todo, por Jesucristo, por quien todo fue hecho, en el Espíritu Santo dador de vida. Con admiración y adoración pregonamos la máxima obra de la caridad divina: la encarnación del Unigénito del Padre, su pasión, muerte y resurrección, su glorificación con todo poder a la derecha del Padre, y esperamos la plenitud de su juicio y reino eterno.

Como parte esencial de tal gesta maravillosa de la Trinidad bienaventurada, obedientes a la revelación de Dios, creemos con plena fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Este pueblo, esta asamblea tan humana, temporal y terrena, confesamos que es una multitud congregada por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo[3].

Esta Iglesia es nuestra madre: nos engendra a la vida de Dios, por la fe y el bautismo; nos consagra para Dios con la unción del Espíritu, para que la sobreabundancia de sus dones nos haga otros cristos.

La Madre Iglesia continuamente nos alimenta con el pan de la palabra, nos exhorta y nos amonesta, nos corrige y consuela, nos purifica y nos otorga el perdón de los pecados. La Iglesia una y otra vez nos congrega, para que, como miembros vivos del pueblo consagrado, ofrezcamos el sacrificio de alabanza y acción de gracias, presentando al Padre el cordero inmaculado, alimentándonos con el pan vivo bajado del cielo, para que, siendo santos e inmaculados  en la presencia de Dios por la caridad, seamos alabanza de la gloria de su gracia[4].

La Santa Madre Iglesia cobija en sí a la humanidad pecadora y la lleva con paciencia y humildad, pide perdón al Señor por los pecados de sus miembros y los llama a la conversión, otorga el perdón y la gracia, los santifica en su seno y es siempre admirable en los santos con que Dios la adorna.

En esta Iglesia somos llamados y elegidos de antemano según el previo designio del Padre que realiza  todo  conforme a la decisión de su voluntad[5]. En ella somos injertados para ser cuerpo y esposa de Cristo el Señor y consagrados como templo del Espíritu Santo.

Mis hermanos, no podemos ahora seguir contemplando la verdad, la belleza y la gracia de la Iglesia. Esta tarea nos queda para este año jubilar, tanto para cada uno de nosotros, como para toda la comunidad diocesana: Volvámonos a Cristo y su Iglesia. Trabajemos para conocer mejor a la Iglesia desde la luz de la fe y amarla más, para vivir con mayor fidelidad y alegría el ser miembros de la Iglesia, a fin de que sea una realidad más plena lo que proclamamos en nuestro lema: la Iglesia Católica luz viva en Canelones.

 

II. El don de la Iglesia local. La Iglesia de Canelones.

Sin embargo, de todas formas, dado el acontecimiento del que hacemos memoria, como estamos comenzando a celebrar la gracia de la Iglesia Católica en esta Iglesia de Canelones, es necesario que profundicemos un poco sobre lo que es la Iglesia local, la diócesis.

Comencemos con una afirmación negativa. La diócesis, la Iglesia local, no es una sucursal de una empresa, que tiene una casa central en el Vaticano, tampoco es una parte de un mosaico, o una provincia o departamento de un estado. No. Toda, entera, la Iglesia de Cristo, está y peregrina en la Iglesia de Canelones. Toda la Iglesia Católica está en la Iglesia de Canelones.

Si miramos el misterio, es decir la realidad, de la única Iglesia de Cristo, que fue concebida antes de la creación del mundo y será consumada en la Jerusalén celestial, que es una en el espacio y en el tiempo, por obra de la Trinidad, esta única Iglesia está toda presente en cada Iglesia local o particular, en concreto en esta Iglesia de Canelones. En ella se hace presente y actuante la Trinidad santísima y comunica su sobreabundante derroche de gracia, la totalidad de los sacramentos, la integridad de la fe católica y apostólica, el inicio de la vida eterna. Así lo enseña el Concilio: “Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento.  Ellas son, cada una en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y acabada plenitud (cf.  1 Tes.  1,5)”[6]. Así, pues, la Iglesia de Canelones es la Iglesia Católica aquí y ahora en su plenitud.  De tal forma que no son rectamente separables – como dos entidades – la Iglesia una y toda, Católica, y la Iglesia local: son lo mismo, en dos formas de acercarse a su realidad.

Para comprender esto rectamente, hemos de creer que a esta Iglesia de Canelones le es interior la Iglesia entera, que aquí se hace presente: por ello, la fe de la Iglesia de Canelones es católica, universal, la recibe y la vive en la catolicidad. La Iglesia de Canelones es la Iglesia Católica aquí y ahora, porque interior a ella es la comunión con la Iglesia católica en el espacio y en el tiempo.

Esta mutua inhesión de toda la Iglesia universal en cada Iglesia local, es obra de la Trinidad, y tiene como elementos propios: la misma confesión de fe, los mismos sacramentos, la misma comunión jerárquica.

Este misterio de comunión, el misterio de la Iglesia local está íntimamente relacionado con el misterio del obispo, vicario de Cristo. El obispo, como sucesor de los apóstoles, confirma la fe católica y apostólica. El obispo, preside y rige la oración eclesial y la verdad de los sacramentos, que nos santifican. El obispo, en cuanto miembro del colegio episcopal en plena comunión con su cabeza el obispo de Roma, hace visible y actuante que el episcopado es uno, y que la unión de la Iglesia local en torno a él, es concreción de la unión de la Iglesia con Jesucristo, su cabeza y salvador. El obispo, como presencia de Cristo Esposo, obra en la Iglesia y la llama a vivir la suprema gracia de su unión total con su Señor y Esposo, en alianza nupcial, perpetua, ya realizada en la Eucaristía y que ha de llegar a plenitud en el reino definitivo.

            La Iglesia local, pues, es toda la Santa Iglesia Católica aquí: el pueblo santo de Dios, congregado por el Obispo, con el auxilio del presbiterio y el servicio de los diáconos.

Esta realidad que estamos meditando, la realidad de la Iglesia de Canelones como plena presencia de la Iglesia Católica, la acción de Cristo en su Iglesia, y la relación interior entre la Iglesia y el obispo, se simbolizan en la Santa Iglesia Catedral, que hoy nos reúne.

Por eso, cuando a una comunidad católica se la erige como diócesis, se eleva una iglesia en iglesia catedral. Cuando hace cincuenta años la comunidad católica de Canelones fue constituida como diócesis, como Iglesia local, la iglesia parroquial de esta ciudad fue constituida en Iglesia Catedral, en la casa de la Iglesia de Canelones. Y lo es y lo significa, porque es singularmente la iglesia –casa- en la que el obispo reúne a la Iglesia, pueblo de Dios, y la edifica sobre la roca de la Palabra de Dios, recibida ininterrumpidamente del ministerio apostólico. De aquí que en la Iglesia Catedral tiene el lugar determinante la cátedra del obispo, desde dónde Cristo congrega a su pueblo y el altar desde donde se ofrece el único sacrificio de Cristo y de la Iglesia.

Unas palabras del cardenal Montini nos iluminan esta realidad: “La catedral es de Cristo, a Cristo pertenece toda catedral. Para él se ha levantado esta cátedra, sobre la cual su apóstol, habla en su nombre; para él un trono sobre el cual se sienta el que ocupa su lugar; para él un altar, desde el cual el que lo representa hace subir al Padre su mismo sacrificio; por él es reunida aquí la Iglesia, el pueblo con su obispo, y a él eleva su himno de gloria y el clamor de su plegaria; y es de él, de Cristo, que este templo adquiere su misteriosa majestad”[7].

            Por eso, si queremos ver a la Iglesia en acto, tenemos que ver y vivir lo que aquí y ahora estamos viviendo. Así lo afirma el Concilio Vaticano II: “El Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles. Conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros”[8].

            Iglesia de Canelones, santos y elegidos de Dios, congregados según el designio del Padre, purificados por la sangre de Cristo e injertados en su cuerpo, santificados por el Espíritu Santo, es justo que recibas agradecida el don de Dios, que te ha creado, te ha sostenido y te sostiene con su gracia, es necesario alabarlo y bendecirlo. Iglesia Santa y amada, que peregrinas en estas tierras canarias, reconoce tu dignidad y esplendor, que Cristo tu esposo te ha regalado, y no dejes de amarlo y de proclamar su gloria ante todos los hombres. Hermanos muy queridos, que se expanda nuestra alegría, que el corazón se dilate, que la mente sea iluminada por la fe, que con todo el ser nos volvamos alabanza de la gloria de la gracia, con que Dios nos agració en su Hijo amado[9].

III. La conversión. Volvámonos a Cristo: como siervos de un único Señor.

            Ahora bien, hermanos muy queridos, esta Iglesia es reunida por el acontecimiento de la Palabra de Dios: Dios mismo habla a su Iglesia, en su Iglesia, por su Iglesia.

 Aunque esta reflexión lleva un rato largo, es preciso que meditemos juntos la palabra que nos ha sido entregada, que nos ha de guiar en la conversión del año jubilar.

            El pasaje evangélico proclamado está dentro del Sermón de la Montaña que estamos escuchando desde hace varios domingos. De alguna forma, después de señalarnos la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, luego de ahondar en una vivencia de los mandamientos con mayor finura, hasta el amor al enemigo, hasta la pureza interior del corazón, vuelve el Señor a situarnos totalmente, como comunidad de discípulos, en la luz de las Bienaventuranzas del Reino de Dios.

            Todo lo que nos dijo Jesús hoy, con admirable sensibilidad y belleza, es como un situarnos nuevamente en el camino de las bienaventuranzas. Antes que nada, se trata de una nueva presentación de la primera bienaventuranza: dichosos, bienaventurados los pobres en el Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

            En esa clave nosotros, la Iglesia de Canelones, escucha hoy: no pueden servir a dos señores.  El término que usa aquí el texto para servir, no es simplemente prestar un servicio, sino ser siervo. Podríamos decir: no se puede ser siervo, esclavo, de dos amos. No se puede pertenecer a dos dueños.

            A la Iglesia, a nosotros cristianos, se nos indica cuál es la verdadera pobreza: pertenecerle totalmente al Señor, de tal forma que el único valor absoluto es ser siervos de Dios. Es una opción radical: mi Dios y mi todo.

            Del otro lado está el ser siervos de la riqueza. No pensemos que se refiere a los multimillonarios, sino a todo bien, aun espiritual, que se confronta con el señorío absoluto del Padre. No se trata tampoco de que los bienes materiales sean malos, cuando todo ha sido creado por Dios. Sí se nos enseña que el corazón del hombre, no tiene lugar para dos absolutos, y tampoco puede elegir varios más o menos.

            Nuestra conversión como cristianos, nuestra conversión como Iglesia de Canelones es volvernos al Señor y decirle somos y queremos ser tus siervos, queremos pertenecerte en alma y cuerpo. No queremos que nada se anteponga a tu voluntad, aunque seamos despojados. Queremos ser pobres de toda posesión, de todo afecto, de todo bien, aún del más noble, para pertenecerte totalmente. A su vez, queremos recibir como pobres indigentes aquello que tú nos das, que tú pones en nuestras manos, y bendecirte y servirte en todo.

            Esta pobreza de espíritu está también unida, inseparablemente, con poner la confianza sólo en el Señor. ¡Cuántos miedos tenemos! Como individuos y en nuestras familias. Como sociedad y como nación. Como cristianos y como Iglesia. ¡Cuántos temores!

            Jesús repite varias veces: no se preocupen. Dejen las preocupaciones.

            Por cierto no es un llamado a no trabajar, puesto que todo el Nuevo Testamento nos dice que trabajemos para ganar el sustento y para ayudar a los pobres. No se trata de no organizar nada. No es una vana confianza, casi mágica, de que Dios tendrá que arreglar todo y en nada podremos sufrir, cuando Jesús llama bienaventurados a los que sufren. No es tampoco un simple consejo de autoayuda, de equilibrarse un poco.

            Sin embargo, insiste: no se preocupen como los que no tienen Dios de quien fiarse, en quien confiar.

            Se trata de vivir a fondo que somos hijos de Dios, que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de verdad nos ha adoptado como hijos y nos quiere mejor que nosotros mismos y cuida de nosotros mejor que nosotros mismos y más radicalmente que nosotros mismos.

            El Maestro y Señor nos hace mirar los lirios del campo, los yuyos y los cardos con sus flores, y también conduce nuestros ojos a las aves del cielo, los pájaros en los montes. Luego con un argumento de menor a mayor agrega: ¡cuánto más su Padre que está en el cielo cuidará de ustedes!

            Todo ello, nuevamente para radicarnos en la pobreza evangélica, que nace, se apoya y crece en la fe en Dios, que ha venido a reinar en Jesucristo, a obrar y darnos vida en él. Por eso, el preocuparse del que nos correge Jesús es igual a ¡hombres de poca fe! Y el no preocuparse es tener tal fe, que estemos en todo momento abandonados en el Padre. Que trabajemos como siervos suyos, pero que al mismo tiempo todo lo esperemos de él, como y cuando él quiera. El abandono en la fe de los pobres de Dios ubica cada cosa en su sitio, quiere reconocerle a Dios su señorío, pone al hombre en su lugar humilde, pobre y confiado, espera todo del Padre, le da gloria y queda en paz.

            Por eso, mis hermanos, nuevamente nuestra conversión en este año jubilar es volvernos a Cristo y por él al Padre, renovando la fe, viviendo la fe, con una total entrega, con abandono total, esperándolo todo de él. Si alguna vez como Sión hemos exclamado: ‘el Señor me abandonó, el Señor se olvidó de mí’. Creamos al Señor que nos dice: aunque una madre llegue a olvidar el hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré[10]. Por eso también, cada uno de nosotros, y juntos como Iglesia de Canelones, repitamos: sólo en Dios descansa mi alma, de él viene mi salvación. Sólo él es mi roca salvadora: él es mi baluarte, nunca vacilaré[11].

            Ser pobres, siervos y esclavos de Dios hasta la muerte, no preocupándonos por el mañana y puesta toda nuestra confianza en él y su voluntad, está unido a la orden que el Maestro y Señor nos da: busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura.

            Es nuevamente la opción de las bienaventuranzas. El reino de Dios es Dios mismo que viene a reinar, a obrar en nosotros; este reinado divino se recibe por la obediencia de la fe, por la pobreza del corazón que sólo cree en él. El reinado de Dios se identifica con Cristo: el poder de su predicación, la victoria de su muerte y resurrección,  la gracia del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, el señorío de quien, sentado a la derecha del Padre, ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra.

              Por eso buscar el reino de Dios es, antes que nada, abrirse al reinado de Cristo, que ejerce por la predicación de la Iglesia, por la oración salvadora, por las acciones sacramentales en las que nos rescata del abismo del pecado y de la muerte, él que prometió: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo[12].

Es de verdad pedir ¡venga tu reino! ¡ven y reina plenamente en nosotros!

            La justicia del reino de Dios es el perdón de los pecados  y el cumplimiento de los mandatos divinos, de la voluntad del Padre, ayudados de su gracia. Buscar la justicia del reinado de Jesucristo es buscar la santidad. ¡Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!

            Cuando dice buscar ‘primero’ no se refiere a un orden temporal, de forma que luego se pasa a lo segundo y se deja atrás lo primero. No. Primero se refiere a lo principal. Podríamos traducir: antepongan a todo el reinar de Dios en ustedes, por su palabra y su gracia, y busquen antes que nada ser justos y santos según el designio del Padre. Todo lo demás es relativo y tiene valor sólo si es voluntad de Dios para nosotros.

            Iglesia de Dios que estás en Canelones, hermanos míos, volvámonos a Cristo, para que él reine en nosotros. A toda voluntad propia, a todo pensamiento propio, a todo interés propio, antepongamos que él reine, que él sea glorificado, que por la gracia de Dios, en todo nuestro ser y en cada acto de nuestra vida, se realice la justicia de Dios, la voluntad del Padre, para ser santos en su presencia.

IV. la conversión de la Iglesia: fieles servidores de y administradores Dios.

En su carta a la Iglesia de Corinto, san Pablo describe su ministerio, es decir su trabajo en la Iglesia. A la luz de sus palabras podemos mirar el ministerio, el servicio del obispo con su presbiterio y el ministerio que la entera Iglesia de Canelones debe llevar a cabo.

            Pablo está respondiendo a las confrontaciones de los corintios con respecto a él, su apóstol y fundador. En ese contexto describe su misión apostólica con dos expresiones: servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

            En esta carta, para ‘servidor’ el apóstol usa un término diferente al que escuchamos en San Mateo. Allí lo tradujimos por siervo, esclavo, e indicaba pertenencia. Aquí la palabra usada significa un ayudante, un servidor auxiliar y está referida al trabajo. Así, pues, el oficio de Pablo en sus trabajos por el Evangelio, es ser un ayudante, un auxiliar de Cristo, quien es el verdadero operante, el que realiza la obra de la salvación.

            La segunda expresión ‘administrador de los misterios de Dios”, con que se designa el apóstol, indica  también un trabajo subordinado. No es el dueño, ni siquiera el que pone las reglas de la administración, es un mayordomo, uno que debe guiar y ordenar el funcionamiento de la casa. Los misterios de Dios, son sus disposiciones salvíficas, cómo, cuándo, con quienes quiere llevar adelante su Historia de Salvación. En la administración entran el servicio de la predicación del Evangelio y el seguir la voluntad de Dios en el llamado a los hombres a formar parte de su Iglesia, la conducción de la comunidad, la caridad social, toda la vida eclesial.

            En ambas expresiones hay un acento en que se pertenece a otro, de quien es la iniciativa, el gobierno, y el fin: ayudante de Cristo, administrador de los misterios de Dios. Toda vocación y ministerio en la Iglesia, es no sólo un servicio, sino que tiene origen y pertenece a Cristo y a Dios.

            De aquí que, como lo subraya San Pablo, lo que importa no es el éxito – más o menos aparente -, no es el juicio de los hombres, no es tampoco el propio juicio – sino el ser hallado fiel por parte de Dios.

            Así, pues, la Iglesia de Dios que está en Canelones, llamada, agraciada, consagrada por Dios, en todos sus miembros, en forma orgánica como un cuerpo, es ayudante de Cristo en el servicio al Evangelio, es administradora de los misterios y disposiciones salvadoras del Padre, en la proclamación de la palabra y el testimonio de la vida, en la catequesis y en la celebración de los sacramentos, en la oración y el culto, en el servicio de la caridad, en la santificación de las situaciones y tareas de la vida cotidiana, familiar, laboral y política.

            En este pasaje, tanto el obispo y los presbíteros y diáconos, como cada cristiano según la vocación y los dones que Dios le ha dado, más aún la Iglesia de Canelones como cuerpo, en este año jubilar, volviéndonos a Cristo, queremos pedirle al Señor su gracia y queremos renovarnos desde lo profundo, en la calidad de ‘ayudantes de Cristo’ y ‘administradores de los designios misteriosos de Dios’. Que él nos auxilie para que la Iglesia Católica local sea más plenamente luz viva en Canelones. No por un efecto de propaganda, sino por la gracia de una mayor fidelidad a quien nos ha encomendado esta misión. Para ser más plenamente fieles, queremos buscar el reino de Dios y su justicia, queremos poner en él nuestra confianza, queremos pedirle nos atraiga y convierta, sólo en él descansa nuestra alma.

            Que acompañe nuestra súplica la Santa María, Madre de Dios, a quien invocamos como Patrona y abogada de esta Iglesia de Canelones, titular de esta Iglesia Catedral, llamándola con el dulce nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.

            Presentemos estas súplicas en el altar, ofrezcamos el sacrificio de Cristo junto con la ofrenda de la unidad de su Iglesia, alabemos y bendigamos a Dios.

            “A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas, incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y todos los siglos de los siglos. Amén” (cf. Ef.3,20-21).

[1] Cf. 1 Cor 1,2-3.

[2] Ap.1,4-6.

[3] Cf. LG 4.

[4] Cf. Ef.1,4.6.

[5] Cf. Ef.1, 11.

[6]  LG 26.

[7] Gli edifici simbolo del dialogo tra Dio e l'uomo. Cattedrali cuore d'Europa, Timothy Verdon, en l’Osservatore Romano, 26 de febrero de 2011.

[8] SC 41.

[9] Cf.  Ef.1,6.

[10] Cf. Is.49,14-15.

[11] Sal.61,2-3.

[12] Mt.28,20.

9 de marzo: Miércoles de cenizas

Miércoles de cenizas – 9 de marzo de 2011 en la Santa Iglesia Catedral. 1. Bendigamos a Cristo resucitado, que…

Miércoles de cenizas – 9 de marzo de 2011 en la Santa Iglesia Catedral.

1. Bendigamos a Cristo resucitado, que desde el seno del Padre, con la potencia del Espíritu Santo, nos reúne para darnos su gracia, para purificar y santificar a su pueblo.

2. El, que pasó por los caminos de la pasión, quiere transfor­mar­nos por el poder de su Pala­bra salva­do­ra, para renovar la imagen suya impresa en nosotros desde la creación, que El ha restaurado y elevado en los divinos misterios que nos unieron a su santa pas­cua.

Él, que en todo realizó la voluntad del Padre, nos intro­duce más íntimamente en la vida divina, que procede de Dios y es difun­dida en nosotros por el santo y vivificante Espíritu.

3. Nosotros somos su Pueblo, rescatado por la sangre del Cordero, congregado por la Palabra divina, hecho partícipe de la vida de Dios por la fe y el bautismo. Somos su Iglesia, comunidad de fe, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu: la Esposa por la cual el Señor se entrega para presentarla ante sí sin mancha ni arruga.

La Iglesia, Esposa y Madre, no cesa de celebrar a su Esposo y Rey glorioso, no cesa de dejarse purificar por los regalos de Cristo: la Palabra y el Espíritu actuante. Como Madre amorosa no cesa de alimentar a su cuerpo, a sus hijos con el alimento celes­tial de la verdad y el amor de Cristo.

Renovamos, pues, nuestra fe firme en Jesucristo, en la gloria de su muerte salvadora y su admirable resurrección y ascensión. Creemos cómo actúa en nosotros por la Santa Iglesia.

Pero, en la cuaresma, acentuamos la actitud de conversión, de darnos vuelta, de dirigir nuestra mirada hacia él, para cambiar lo que deber ser cambiado, para arrancar lo que nos aparte de él, para afirmarnos en su seguimiento. Para que nuestra vida, por medio del camino cuaresmal, sea más y más camino de seguimiento de Cristo y de comunión con él hasta la vida eterna.

     Por eso nos exhortamos mutuamente: VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA.

     4. La conversión es don de Dios. Esta conversión la esperamos de Dios mismo y viene a nosotros, por la misma palabra de Dios, que actúa con la fuerza del Espíritu Santo. Por  boca del apóstol el Señor nos anuncia lo increíble:         al que no conocía pecado, a Jesús el Santo, Dios lo hizo pecado, para que por él, por su gracia, nosotros pecado­res, llegáramos a ser justicia de Dios, justos por el poder de Dios .

Somos invitados a creer tamaña gracia. Pero a creer de tal forma, que dejemos que obre en nosotros. Por eso dice el apóstol: somos embajadores de Cristo, siendo Dios el que por medio nuestro los exhorta; se lo pedimos por Cristo: déjense           recon­ciliar por Dios... porque este es el tiempo de gracia, este es el día de la salvación.

No somos nosotros los que nos ganamos el perdón: se nos regala por el sacrificio de Cristo. No somos nosotros los primeros que buscamos a Dios, es el Padre que sale a nuestro encuentro por el apóstol, por  la Iglesia, y nos suplica: déjense reconciliar conmigo, dejen que los quiera, los perdone y los haga plenamente hijos míos a imagen de Cristo. Creer en la obra de dios en la pasión de Cristo y su gloriosa resurrección es dejar que el nos haga justos, a su imagen, es dejar que el nos reconcilie, nos santifique, nos transforme.

* Este dejar que Dios haga, que es pasivo (porque el que obra es Dios) es el máximo de nuestro actuar: es aceptar la invitación y congregarnos para la escucha de la Palabra de Dios. El tiempo cuaresmal hace brillar más lo de siempre: que Dios obra en nosotros, por su palabra recibida en la fe.

Como ya lo anunciaba el profeta al Pueblo de la antigua alianza, el motivo para cambiar y confiar es QUE EL SEÑOR ES COMPA­SI­VO Y MISERICORDIOSO, LENTO A LA COLERA Y RICO EN PIE­DAD.

* Es la confianza que brota de la fe, es el dejarse recon­ciliar por el Señor compasivo y misericordioso, es el querer colaborar con la gracia del Espíritu, lo que mueve al creyente a querer colaborar humidemente con la obra de Dios: a conver­tirse de cora­zón, es decir, desde el centro de su persona, desde su liber­tad: a DEJAR QUE LA PALABRA Y LA ACCIÓN DEL ESPIRITU TRANSFORMEN SU PERSONA.

la conversión del corazón, no es algo meramente afectivo, sino de todo el hombre, desde su centro, pasando por su cuerpo, y su actuar.

* Por eso el pueblo de Dios realiza su fe en el amor de Dios que lo perdona y reconcilia, por medio de acciones, que forman parte del Ejercicio Cuaresmal.

Estas acciones pode­mos resumirlas en tres: la oración, la penitencia, la limosna.

LAS ACCIONES CUARESMA­LES SON PARTICIPACIÓN DE LAS ACCIONES DE JESUCRISTO. Oración, para volvernos plenamente hijos, escuchándolo a él, pidiendo por él y en él, ofreciéndonos al Padre junto con El. Penitencia como comunión voluntaria en su sacrificio pascual. Limosna, ejercicio de la caridad, del amor vivo y concreto de Jesucristo.

Este ejercicio cuaresmal es un Ejercicio comunitario, como lo escuchamos de boca del profeta. Es la Iglesia la que libra el combate cuaresmal; hacemos los ejercicios juntos y los unos por los otros. Por eso más que nunca hemos de reunirnos a rezar los salmos, a escuchar la palabra, a realizar la comunidad, a unirnos en el trabajo. Hemos de celebrar la cuaresma: en comunidad, con la plena participación de nuestro tiempo y nuestro cuerpo: lo que no se celebra, no es vida. Es pura intelectualidad.

Así lo oímos del profeta: tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea. ES TODA LA IGLESIA QUIERE PURIFICARSE EN LA CUARESMA

Este ejercicio es personal, que cada uno debe asumir respon­sablemente y con determinación, sin echar en saco roto el llamado del Señor. ES CADA UNO QUE DEBE RENOVAR LA VIDA BAUTISMAL Y LA FIDELIDAD A CRISTO.

En este sentido van las recomendaciones del Señor: como convertir nuestro corazón, como pedir que nos cambie el corazón. Las palabras de Jesús que hemos oído nos advierten frente a la tentación de aparentar, de actuar para ser vistos por los demás, para buscar la gloria que viene de los hombres. Y nos indica que debemos buscar solamente la gloria de Dios, que Dios sea glorificado, que su nombre sea santificado. Así que dejemos de ser egocéntricos, aun haciendo el bien, aún cumpliendo los mandamientos y la caridad. Que pasemos a ser teocéntricos: todo para el Padre.

Que con la imposición de las cenizas, nos humillemos por todo lo  que hemos querido vivir para nosotros mismos, toda la vana gloria y el Señor nos dé la gracia de convertirnos a él, de vivir de creer en él y buscar sólo agradarle.

Queramos obrar humildemente ante el Padre, confiando en él y esperando siempre de su amor y misericordia.

EUCARISTÍA. La Misa es el perpetuo ofrecimiento del sacrificio del  Hijo, por el que se nos da el perdón y toda gracia: creamos en ese amor y dejémonos reconciliar con Dios.  Lo ofrecemos junto con Cristo por nuestros pecados y por los del mundo entero. Nos dejamos limpiar y santificar con esta preciosa sangre y nos alimentamos con el pan de la palabra y el pan del cuerpo entregado, para con su gracia convertirnos a Dios. En el altar ofrecemos el sacrificio de Cristo y nos unimos a él y le pedimos su Espíritu Santo para que nos convierta en víctima viva, santa, agradable a Dios.

            Que la pura, limpia, inmaculada Virgen María, nos acompañe, para que volviéndonos a Cristo y  a su Iglesia, obedeciendo con humildad al Señor y a su Esposa, haciendo todo lo que él nos diga, recorramos este camino de conversión y de gracia y seamos más plenamente discípulos suyos.

           

13 de marzo: Domingo I de Cuaresma

I Domingo de Cuaresma – 13 de marzo de 2011 Sea alabado y bendito Jesucristo – sea por siempre bendito…

I Domingo de Cuaresma – 13 de marzo de 2011

Sea alabado y bendito Jesucristo – sea por siempre bendito y alabado.

Él que, según el designio del Padre, fue tentado para vencer en la prueba y darnos parte en su libertad.

Él, Rey victorioso, nos reúne como su Iglesia, su pueblo, para hacernos participar de su victoria, para que también nosotros seamos hijos y libres, en él y con él, por la gracia del Espíritu Santo.

Es el Espíritu quien actúa en nosotros ahora, con la fuerza de la Palabra para que participemos ahora de las pruebas de Jesús y de su provecho.

El Padre amoroso nos da a su Hijo, como el guía de nuestra salvación, de nuestra marcha por el desierto hacia la tierra prometida, para que lo sigamos.

Acaba de ser proclamado ante nosotros a Jesús tentado en el desierto, para que por medio de la fe conozcamos más a Jesús, dejemos que nos libere y nos salve.

En esta cuaresma queremos convertirnos a él: VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA.

1. Jesús es bautizado y  es llevado al desierto para ser tentado.

Conviene que situemos la proclamación de Jesús en este Evangelio. Sigue inmediatamente a la presentación del bautismo de Jesús, que escuchamos hace dos meses. A la luz de Cristo resucitado y glorificado en los cielos, la catequesis apostólica que nos trasmite San Mateo, comienza con Jesús bautizado en el Jordán.

Allí se nos da a conocer como el Hijo – el Amado, el Unigénito – en quien su Padre Dios se complace, porque este Hijo lleva a cabo su obra en perfecta obediencia, llevado por el Espíritu Santo. Y esa perfecta obediencia se concreta en que el Hijo Unigénito, Eterno y Dios, se haga hermano de los hombres, para ser el cordero que lleva los pecados, para ser el siervo que se humilla, se abaja y en nombre de la humanidad pecadora muere a todo pecado y vuelve al Padre.

            Esa identificación – por obediencia al Padre y amor a  los hombres – esa identificación con la humanidad pecadora, como para entregarse por ella, manifestada en el bautismo, se va a consumar en la pasión y muerte del Mesías.

            Inmediatamente a esta presentación bautismal, comienza el proyecto del Padre sobre Jesús, cuando es llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado.

           

2.1.  El desierto fue el lugar del camino de Israel hacia la tierra prometida por Dios en su alianza. El desierto fue el lugar del camino en que Israel fue probado por Dios, para purificarlo, para que profundizara en la opción radical de la alianza: sólo a Dios servirás, sólo en Dios confiarás, sólo a Dios obedecerás. Todo lo que se salga de esta opción es idolatría, apostasía de la alianza.

2.2. La escritura usa la palabra tentación en varios sentidos, principalmente en dos: prueba y seducción. Visto desde Dios tentar es probar – no porque él necesite una prueba – sino para que se ponga en evidencia la calidad de la opción del hombre, se manifieste lo oculto y también es pedagogía, para que el hombre – con la ayuda de Dios -  profundice, ahonde, crezca en su opción radical por Dios. El que haya prueba es un homenaje al valor de la dignidad de la libertad humana: hecha para con todas sus fuerzas elegir a Dios y entregarse a él. Israel, como pueblo, fue probado en el desierto. En las Sagradas Escrituras se nos pone como del hombre probado y victorioso al patriarca Abraham, que debe ofrecer al Hijo único, como lo escuchamos en la Vigilia Pascual.

            Por parte de Dios es imposible que haya tentación que impulse al mal, ni permite Dios que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino que siempre concede el auxilio para que venzamos en la tentación.

2.3.  La palabra tentación también tiene el sentido de seducir, de atraer al pecado. Así se presenta desde el comienzo de la historia Satanás, como el seductor, que trata de interponerse entre Dios y el hombre. Por un lado le hace perder el sentido de la prueba, como ejercicio de la libertad, para someterse a Dios y vivir, y la presenta como dura y pesada, irracional, despótica. Por el otro lado el padre de la mentira, mentiroso y homicida seduce con una aparente bondad del pecado.

 2.4. La pedagogía del desierto y de la prueba es un acercamiento a Dios, para reconocer y experimentar que “Dios es Dios”. Ello implica para el hombre: el deber de obedecerle, y con una obediencia que es reconocimiento en el sentido de confianza absoluta y de gratitud sin límites.

Éste, mis hermanos, es el drama esencial de la existencia de los hombres y de los pueblos y, también, de la Iglesia: el reconocimiento de Dios, pero de tal manera real, que se vuelve entrega de la mente y de la libertad, es decir, obediencia, y, como somos débiles, se ha de volver confianza absoluta y continua alabanza y acción de gracias.

Lo contrario es el pecado, la soberbia, la esclavitud y la perdición.

            No hay existencia humana sin prueba, no hay victoria, sin Cristo.

3. Jesús asumió las pruebas de Israel en el desierto, donde el pueblo con frecuencia oyó al seductor y se apartó del Dios de la Alianza. Jesús asume en sí a todo hombre probado por Dios y a quien pretende seducir el enemigo. Jesús vence por su obediencia total al Padre, y en él se nos da a todos como su pueblo, su Iglesia y a cada uno como su hermano y miembro suyo, la posibilidad de vencer

Las tres tentaciones que hemos escuchado, son como el resumen de toda tentación. Si bien el objeto de la prueba o de la seducción varía, en el fondo se resumen todas en la realidad principal: el sentido de Dios.

3.1. La primera prueba es la de las necesidades, en primer lugar, físicas y también psicológicas y anímicas: el hambre en todas sus dimensiones.

Dejemos de lado que haya que trabajar y las diferentes formas de organización social para subvenir a las necesidades humanas: están todas bien.

Pero, de todas formas, experimentaremos de una u otra forma el desierto, el hambre, la carencia. Esta situación se vuelve prueba para Jesús, en algo que aparentemente no es malo: anteponer la solución de esas carencias a la voluntad del Padre, haciendo un milagro, buscando un mesianismo sin cruz, sin sufrimiento, sin prueba.

Pero Jesús está todo centrado en la obediencia filial al Padre. Porque Dios es Dios, reclina en su voluntad todo su ser y su vida, toda su fe y confianza. Es el Mesías sufriente, obediente al Padre y entregado en sus manos.

Cuando le digan, si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz, el dirá: no se haga mi voluntad sino la tuya, precisamente porque soy tu Hijo. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Es muy importante el pan, pero no es lo esencial. Con frecuencia se dice, lo que importa es la salud. No. Lo que importa es la fe y una fe obediente a la voluntad del Padre. Porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Jesús realiza lo que nos enseñó los pasados domingos: busquen primero el reino de Dios y su justicia, quieran que Dios reine y obedezcan a su voluntad. No sólo diciendo Señor, Señor, sino cumpliendo la voluntad del Padre. Y si son probados, tentados, si tienen hambre y múltiples necesidades: apóyense en mí, pero no para cualquier cosa, sino para comer la palabra de Dios y cumplirla.

3.2. la segunda tentación va aún más a lo íntimo de la religión. Se quiere tentar a Jesús con un mesianismo de éxito. Que haga un gran milagro, que llegue al templo rodeado de la corte celestial de los ángeles. En lugar de pasar como un hombre cualquiera y ser esclavo obediente hasta la muerte de cruz, que exija de Dios que lo muestre maravillosamente como su Hijo.

            Jesús responde: no tentarás al Señor, tu Dios. Tentar a Dios, es poner a prueba a Dios. En lugar de aceptar que Dios sea Dios, y obedecerle y esperar de su voluntad, le indicamos a Dios lo que debe hacer para que  nosotros creamos en él, para que le obedezcamos o nos fiemos de él. Prima nuestra idea de Dios, o nuestros deseos, sobre el reconocimiento de Dios, su verdad y su amor.

            Con frecuencia, se abandona la fe, porque nos sucedió algo que no esperábamos, que nos parece triste o injusto. De esa forma, juzgamos a Dios, y lo tentamos y lo condenamos porque no ha respondido a nuestras expectativas. Tentamos a Dios y lo reprobamos porque no pasó la prueba.

            En realidad, nos hemos puesto en el lugar de Dios.

            Lo mismo sucede si creemos en Dios, pero según nuestras impresiones, o nuestros éxitos, y no porque Dios es Dios, no por obediencia y entrega en su voluntad.

3.3.  la tercera forma de tentación proviene de la ambición del poder. No pensemos sólo en los grandes poderosos. No nos imaginemos sólo a Hitler. Es el poder de un poco más de dinero, de confort, de placer, de dominio, de hacer lo que queremos. Otras veces son las fuerzas sociales, de ser admitidos por los demás, de quedar bien.

            Por cierto, también el poder se conforma como poder económico, cultural, político y, con frecuencia, pretende ponerse en el lugar de Dios.

            Pongo un ejemplo. Ahora que se quiere liberalizar el aborto. Es por cierto un crimen matar a una criatura humana inocente. Ciertamente que a veces cae en la primera tentación: porque esa criatura trae problemas; se quiere permitir que se mate a la criatura si viene con malformaciones. Pero también es un pecado propio de la tercera tentación: es creer que porque se tiene el  poder político se tiene el lugar de Dios. No hay ni Estado, ni poder del estado alguno, que pueda hacer moral la destrucción de la vida inocente. Los que detentan el poder del Estado se arrogan el poder de Dios, que es el fundamento de toda moral y el único Señor de la vida.

            Satanás, siempre mentiroso, pretende mostrarles a los hombres que él da el éxito, el poder, a condición de adorarlo.

            Jesús, recibe del Padre todo poder en el cielo y en la tierra, pero en la sumisión al Padre. Él es rey liberador, pero para entrar en su gloria, debe pasar por el sufrimiento, por la obediencia al Padre hasta la muerte de cruz.

            La seducción de huir de la cruz y de arreglar las cosas con la extrapolación del poder humano, y no someterlo al señorío de Dios, es permanente.

El mundo pretende dar el poder y la felicidad, pero nosotros hemos de adorar sólo a Dios, con la palabra y con las opciones de la vida.  Por ello, fueron a la muerte los mártires en tiempos del imperio romano y en los tiempos cercanos.

            Jesús hecha a Satanás, con su imperio: vete, Satanás. Y nos da la línea de fondo: al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto.

            Adorar es el acto por el que el hombre reconoce a Dios como Dios, y se somete a él y se sujeta a él. Es el acto primordial del ser humano: ¿a quién adoras? Es un acto interior: reconocimiento de la inteligencia y de la voluntad. Es el centro de la conciencia y de la dignidad del ser humano: adorar sólo a Dios y al Dios verdadero. Esta adoración  debe abrazar toda la existencia y volverse obediencia a Dios sin límites y abandono en manos del Padre en toda circunstancia. En Jesucristo el acto máximo de adoración al Padre, Sumo Sacerdote de la nueva alianza es su muerte en la cruz, obediente y confiada.

            Dar culto es servir a Dios. Tiene inseparablemente las dos dimensiones: la celebración cultual, es decir el acto explícito de dar culto, la celebración litúrgica, y la vida como servicio solo a Dios y por él a lo que nos indique. Para Jesús el acto de culto y servicio por excelencia fue también el sacrificio de sí mismo en la cruz.

            El sentido propio, último de la existencia humana, es la adoración: cómo conocer a Dios para adorarlo, cómo adorarlo para conocerlo, cómo adorarlo y servirlo como es debido. Jesucristo, nos lleva a esa plenitud.

* Mis hermanos, nosotros somos bautizados para participar de la victoria de Jesús, nuestro Mesías, nuestro rey salvador. Él fue probado y tentado  venció, para que nosotros venzamos en él. No huyamos de la prueba, sepamos que ningún santo logró su meta sin la prueba.

Si llevamos la marca del primer Adán, por nuestro pecado, por hacerle caso al tentador, por no querer que Dios reine plenamente en nosotros, vivamos del segundo Adán, vencedor, libre, que nos lleva por la gracia del Espíritu a la obediencia al Padre, a la confianza en su voluntad amorosa. En el bautismo hemos muerto con Cristo al hombre viejo, para vivir vida nueva.

Hagamos el camino cuaresmal de tal forma, que en la noche pascual podamos con todo nuestro ser renovar las promesas del bautismo.

Escuchemos con frecuencia la Palabra de Dios y comámosla, rumiémosla. Vivamos de ella.

No tentemos al Señor nuestro Dios, sino que a él sólo adoremos y démosle culto.

* la Eucaristía es nuestra comunión con la victoria de Cristo. Él que fue probado, él cuyo alimento fue hacer la voluntad del Padre y llevar a término su obra, él que fue obediente hasta la muerte, él que adoró perfectamente la voluntad del Padre, él que le dio culto acabado en la cruz, él Señor, Rey, Sacerdote glorioso en los cielos nos une a  su victoria.

Ofrezcamos su sacrificio, ofrezcámonos con él. Pidámosle la comunión con su obediencia, para tener comunión con su libertad. Comamos el cuerpo entregado, bebamos del cáliz de su pasión, para ser en él hombres nuevos.

Pidamos por nuestra Iglesia de Canelones, que Jesús, nuevo Adán, la una consigo como Nueva Eva, como humanidad rescatada del pecado, que la defienda y  le de fuerza en las pruebas, para que pueda ser luz en Canelones, mostrando la gloria de Jesucristo, llevando a los hombres a adorar a Dios solo y a él solo darle culto, él que vive y reina por los siglos de los siglos.

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