Domingo de la misericordia – in albis – octava de Pascua – Quasimodo
Alabado sea Jesucristo.
Han sido proclamados en el Evangelio según San Juan los hechos para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y tengamos vida en su nombre.
Y esa fe, nos dice San Juan en su carta, es nuestra victoria.
Vivimos, pensamos, no desde nosotros mismos, sino desde la fe que nos proclama el Evangelio. Por eso proclamamos con el saludo pascual:
- ¡Cristo resucitó! - ¡En verdad resucitó!
La realidad de Cristo resucitado, que vive, reina y actúa, es el centro de toda la realidad, es la verdad de todas las cosas, del tiempo, la historia y la eternidad.
En esta recordación de despedida, permítanme que señale su imagen aquí en el ábside de nuestra Catedral. De algún modo es la proclamación del Evangelio y también hoy una imagen de este mi ministerio episcopal en esta Iglesia Canaria, de Canelones.
Este Cristo, no es un adorno bonito, si bien es maravilloso. Es la proclamación de la fe en lo que acabo de decir. En el centro la cruz, síntesis de toda la realidad, que está firme de pie, mientras el orbe gira y gira – como que se centra en sí mismo -. Arriba Cristo en majestad, ofreciéndose en el santuario celestial, santificado por el Espíritu, en quien el Padre se revela y encuentra su complacencia.
Más arriba el trono preparado para la venida de Cristo en gloria y majestad, juez de vivos y muertos y su reino sin fin. Nuestra esperanza, nuestra luz, que juzga y orienta toda la existencia nuestra.
Aquí en el centro el altar, donde se actualiza la ofrenda de la pasión del Señor, su gloria y la efusión del Espíritu. Por Cristo en el Espíritu tenemos juntos acceso al Padre (Ef. 2,18). El altar sellado con el Cordero degollado que está vivo.
Esto es lo que celebramos cada Domingo. El evangelio que acaba de ser proclamado esn digámoslo así, una catequesis sobren el Domingo. Empieza señalando que fue el primer día de la semana, el siguiente al sábado. Cristo resucitado se aparece a sus discípulos. Ocho días después, hoy , el II Domingo de Pascua, se vuelve a aparecer.
La Iglesia es la reunión, la asamblea, que hace Cristo resucitado, y la efusión del Espíritu que Él da.. Es la Iglesia enviada por Cristo y a su vez presente. Por eso es que el Domingo es la máxima realidad, la fiesta superior de todo el año cristiano.
En esta octava de la Pascua, se juntan varias participaciones de la gloria del resucitado. Antes que nada vemos una neófita, con el vestido de la blancura bautismal. Son muchos más los que neófitos de esta Pascua en diversas parroquias de la Diócesis. Las dificultades de la pandemia han impedido la presencia de todos.
Los néofitos son nuevas plantitas en el jardín de la Iglesia, los nuevos brotes de la viña, los recién nacidos.
Los neófitos nos recuerdan a todos la gloria de Cristo muerto y resucitado: que en la Santa Iglesia, participamos de su victoria por el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu Santo, somos ungidos por la unción crismal del Espíritu, consagrados como pueblo de reyes, sacerdotes y profetas.
Bienvenidos, alegría de la Santa Madre Iglesia, gloria del Señor. Alegrándonos con ustedes, todos revivimos la gracia que recibimos y pedimos que se realice en nosotros lo que pedimos en la oración al comienzo de esta misa: Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido.
Con ustedes medito un momento las palabras de San Pedro con que nos fuimos introduciendo hoy en los santos misterios. Nos exhorta el apóstol a que “como niños recién nacidos, razonables, sin engaño”. Los cristianos de algún modo debemos ser siempre niños en la confianza en Dios nuestro Padre y el nacimiento bautismal, se renueva de día en día, por la gracia del Verbo y del Espíritu. Pero, a su vez, precisa el apóstol: razonables. Es una palabra difícil de traducir literalmente es según el Logos, es decir, según la verdad, es decir, según Cristo Logos y Verbo de Dios. Entonces niños, sin engaño, sin malicia, transparentes, y, al mismo tiempo, dejándose enseñar y guiar por Cristo, camino, verdad y vida. Esto es el alimento, la leche espiritual que nos alimenta en la oración, la palabra, el sacramento del altar. “Seamos niños, porque de ellos es el Reino de los cielos”
En esta celebración el Seminarista lector Néstor Rosano recibirá el acolitado. Lo acompañamos en este mayor acercamiento al servicio del altar.
Celebramos la multitud de ministerios en la Santa Iglesia, que forman parte de la misión que Cristo le ha encomendado. Pero de un modo particular atendemos en la fe y la oración al sacerdocio católico, a las vocaciones sacerdotales. Nuestra Iglesia las necesita imperiosamente y de un modo particular como sacerdotes diocesanos incardinados en esta Iglesia local.
También sin duda hoy damos gracias por el don del episcopado en la Santa Iglesia Católica. Se ha encarnado, pobremente en mi ministerio de once años en esta Iglesia de Canelones, pero sobre todo en ello renovamos la fe y la gratitud por el don de Cristo Resucitado por el obispo.
Cristo nos da la paz. Él es nuestra paz.
La liturgia de la Santa Iglesia, que expresa la realidad profunda del misterio, pone en boca del Obispo, el saludo del Señor resucitado, que hoy hemos escuchado tres veces de su boca: paz para ustedes, paz a ustedes.
Porque el obispo es sacramento de Cristo glorioso, resucitado, que obra con el poder de su bienaventurada pasión y que da la paz. La paz es el don del Espíritu Santo. La paz es el perdón de los pecados, la paz es la filiación divina regalada en el bautismo, en el baño del agua y del Espíritu Santo, junto con la fraternidad de la caridad, la paz es la unción con el santo crisma, el óleo de la alegría, la herencia de la vida eterna. La paz es la unión con la obediencia y entrega de Jesús. La paz es la paciencia y la fidelidad hasta el fin.
Por ello, Jesucristo comunica el Espíritu Santo a los apóstoles, para que ellos y sus sucesores los obispos lo pidan y entreguen en su misión de pontífices, por la palabra, los sacramentos y principalmente en el Santo Sacrificio de la Misa. Acabamos de escuchar: “como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes”, les dijo Jesús a los doce.
Por cierto este don del obispo es para la santificación de todo el pueblo de los que nacidos del agua y del Espíritu Santo y que son sellados, consagrados, ungidos, hechos cristos por el Crisma del Espíritu.
Según el ejemplo de la Iglesia de Jerusalén, que escuchamos en la primera lectura, superemos todas las diferencias y divisiones, y vivamos en la unidad de la fe y de la caridad. Sigamos la exhortación de San Juan: En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Por mi parte, yo, cumpliendo el mandato del Señor y queriendo con mis fuerzas seguir el ejemplo de los apóstoles, me he entregado a tiempo y a destiempo a dar testimonio de la resurrección del Señor con el valor que Él mismo nos ha dado.
Demos junto gracias a Dios y pidámosle que también a nosotros, la Iglesia de Canelones, Dios mire a todos con mucho agrado.
Cristo gloriosamente resucitado sentado a la derecha del Padre, que ofrece su sacrificio perpetuo en los cielos, la efusión del Santo Espíritu, el acceso al Padre que nos ha llamado es la plenitud de vida a la que estamos llamados en la fe, la esperanza y la caridad.
Hemos cantado, y ya varias veces en el tiempo pascual, el salmo pascual por excelencia, el 117, junto con otros más repite: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Vivamos hoy la acción de gracias por la pasión de Cristo, su resurrección gloriosa, su reinado siempre presente, la efusión del Espíritu, la misericordia del Padre. Tengamos un corazón inmensamente agradecido por la Iglesia, una, santa, católica, apostólica.
Cristo desde el comienzo de su vida pública está creando su Iglesia. Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y mandarlos a predicar, a los apóstoles, los doce. Él fue enseñándoles y corrigiéndolos. Los fue introduciendo en su pasión, aun cuando no entendieran. Les fue entregando los misterios de su cuerpo y sangre. Les dio el Espíritu Santo y los envió. Esta Iglesia es el don de Cristo en el espacio y en el tiempo. Es su Esposa y nuestra Madre. Es el Cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu. La multitud congregada por la Santísima Trinidad.
Reavivemos nuestra fe. Demos gracias al Señor porque es bueno y es bueno en todo momento. Dios es bueno, en Cristo todo lo ha hecho bien. Aún en la paciencia con que soporta nuestros pecados. Incluso en las ofensas de los hombres, es paciente y padece en Jesucristo.
Es bueno en toda la creación, aun cuando sea limitada, como debe ser. Dios es bueno y misericordioso y va llevando con su infinita paciencia el plan de salvación.
Es bueno en su misericordia, que es el amor de benevolencia, con que se inclina ante el débil, ante el pobre que sufre, es inclina ante el pecador, padece las ingratitudes de los hombres. El amor con que hace alianza, enganchándose Él en su promesa y su juramento y en la alianza definitiva de Cristo en la cruz.
Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Hoy pongo con ustedes en el altar estos once años de caminar juntos, con distintas misiones, tareas, combinándose –digamos así – en la unidad. Demos gracias por lo que el Señor hace mucho más allá de nosotros mismos. Nosotros somos instrumentos. Tenemos que trabajar, orar, buscar, equivocarnos. El Señor lo quiere así en su benevolencia y por el cuerpo de su Iglesia va realizando su gran obra.
Pero los obispos, como todos, pasamos. Queda el misterio de la fe. Recibamos al nuevo obispo Mons. Heriberto, con la misma fe, con la misma docilidad de espíritu, con la misma buena disposición con que ha de recibirse a Cristo el Señor.
Hemos caminado juntos en humildad y obediencia. En esto también seamos buenos niños, porque de tales es el Reino de los cielos. De algún modo siempre somos como niños recién nacidos.
Es muchísima, por decirlo así, la lista de agradecimientos, que queremos poner sobre el altar para que suba la acción de gracias. Pongamos todos juntos, pongamos cada uno en comunión, reconociendo las maravillas de Dios, renovándonos en la fe, la esperanza y la caridad.
Que por Cristo el Señor suba la acción de gracias. Pongámonos bajo la protección de María Santísima, la Virgen de Guadalupe. Ella nos ha reunido en esta tierra antes de existir. Ella ha congregado a la sociedad civil y religiosa y eclesial del pueblo que camina en Canelones. Ella nos muestra toda la fidelidad de Dios. Nos mueve a toda la confianza, porque es nuestra Madre, y porque manifiesta la misericordia del Padre.
Que Ella también nos ayude en esta acción de gracias. Con Ella, juntos en un solo corazón y una sola alma proclamemos, como Ella: proclama nuestra alma la grandeza del Señor, se alegra nuestro espíritu en Dios nuestro Salvador.
A quien sea el honor, la gloria, la alabanza y la acción de gracias, por los siglos de los siglos. Amén.
[siguió la las palabras del ritual dirigidas al Lector Néstor Rosano, que recibía el acolitado]